En Honduras, el diálogo no es solo escaso; parece un arte perdido. Nuestra historia política y social ha marginado las conversaciones constructivas, alimentando la polarización y el distanciamiento entre los ciudadanos. Hoy, este fenómeno se ve agravado por la desinformación y las redes sociales, donde las noticias falsas distorsionan los hechos y profundizan las brechas ideológicas. ¿Hacia dónde estamos llevando al país si no promovemos una cultura de diálogo y entendimiento?
La ausencia de debates presidenciales serios es un ejemplo claro de esta carencia, incluso dentro de los procesos internos de los partidos políticos. En democracias consolidadas, los debates son plataformas para exponer ideas y construir puentes entre electores y candidatos.
Sin embargo, en Honduras, esta práctica sigue siendo una rareza, perpetuando la desconfianza ciudadana y reforzando la percepción de que la política es un terreno estéril para las propuestas.
Las redes sociales, lejos de ser espacios para el intercambio de ideas, se han convertido en campos de batalla dominados por la manipulación. Este fenómeno polariza e inhibe la capacidad de los ciudadanos para evaluar propuestas con objetividad. En este contexto, los debates presidenciales podrían servir como un contrapeso, un ensayo de diálogo democrático donde las ideas superen los insultos y las propuestas prevalezcan sobre los ataques personales. Imaginar un debate donde los aspirantes confronten visiones de país y propongan soluciones reales podría generar una transformación. Más allá del espectáculo mediático, estos espacios representan una oportunidad para fomentar una cultura propositiva. La ciudadanía necesita saber no solo quiénes son los candidatos, sino también qué ofrecen para mejorar su calidad de vida.
Sin una cultura de diálogo, el futuro de Honduras está comprometido. Es urgente que partidos políticos, medios de comunicación y ciudadanos exijamos debates presidenciales como un pilar de la democracia. Quizás, con estos debates, se ponga fin a las changonetas políticas y empecemos a ver, aunque sea por actuación, quién es quién y quién se toma en serio este país. Porque el cambio, al final, comienza con el diálogo y la voluntad de actuar con responsabilidad.