El principal problema es que también en estos centros penales encerraron a la corrupción, que predomina entre la población privada de libertad y algunas autoridades, que han terminado haciéndole los mandados a determinados criminales, especialmente a narcotraficantes, que son los poderosos magnates, aunque estén encerrados.
Los dos últimos asesinatos en ambos centros penitenciarios desnudaron a las autoridades competentes, no tanto de su negligencia, sino de algo más abominable, repugnante, declarada confabulación.
A esos presidios entra cualquier clase y cantidad de droga, armas de cualquier calibre y dinero en dólares y lempiras. Pueden encarcelar a los delincuentes, pero no a sus influencias, que son los que dan las órdenes desde afuera y desde adentro.
El crimen del supuesto narcotraficante Magdaleno Meza, sucedido el sábado pasado en El Pozo, ha dejado una escena llena de salvajismo criminal, negligencia de las autoridades y cualquier cantidad de dudas de quiénes son los criminales indirectos y por qué les estorbaba.
Es tangible el desorden penitenciario cuando se observan los videos que los internos parecen más músicos roqueros o futbolistas brasileños por sus crecidos cabellos, como los muestran con esos peinados del afro.
Observar cómo un único guardia anda enmascarado y es él quien abre la puerta a los hechores y cómo huyen los policías encabezados por el director de La Tolva.
Y lo menos profesional y lo más ridículo son las pusilánimes declaraciones de las autoridades gubernamentales, que esquivan las preguntas o no las contestan a los medios de comunicación. Será un caso más, donde el Ministerio Público está “enchachado” por los tres poderes del Estado en un país llamado Honduras.