14/12/2025
11:53 AM

Jehová es mi pastor

Jibsam Melgares

El Salmo 23 es una de las porciones más conocidas de la Biblia. Su lenguaje sencillo y a la vez profundo han fascinado a generaciones. El salmo comienza con la famosa frase: “ Jehová es mi pastor”. Al sernos tan familiar es posible que no nos permita detectar que en ella subyace una decisión radical tomada por el salmista, y esta tiene que ver con una renuncia absoluta.

Afirmar “Jehová es mi pastor” implica haber cedido a Dios todos nuestros derechos de vida; es haber renunciado a ser los pastores de nuestra propia existencia.

Solo cuando Dios ha tomado control de todas y cada una de las áreas de nuestro diario vivir es que se puede afirmar con certeza que “nada nos faltará”. De otra manera, es imposible porque cuando el ser humano se empecina en ser el director de su existencia “todo le hace falta”.

Nunca está contento como está, siempre quiere más, desea más y jamás se sacia.
El pastoreo de Dios produce gozo, paz y seguridad porque, en palabras del salmista, él hace descansar en verdes pastos, lleva a aguas tranquilas, brinda nuevas fuerzas, encauza al descarriado, guía por el mejor camino y, aunque se transite por el valle de sombra de muerte, su respaldo brinda sosiego y tranquilidad.

El pastoreo del ser humano no puede brindar nada de ello porque su inclinación natural es solo hacia el placer destructivo. Henri Nouwen es un claro ejemplo de esto. En la cúspide de su carrera como maestro de Harvard (antes había estado en Notre Dame y Yale) abandonó todo eso por el llamado que Dios le hizo de ayudar a gente discapacitada en la comunidad de El Arca de Daybreak, en Toronto, Canadá.

Al respecto, él decía que el mayor beneficiado de esta decisión no fueron los discapacitados de la comunidad mencionada, sino él mismo, puesto que ahí había encontrado la paz, inexistente en los círculos académicos, llenos de rivalidad y competencia. Ahí pudo, además, servir y amar libremente. Si hubiera decidido ser su propio pastor, nunca hubiera encontrado todo eso.