Barquero, formado bajo el ala protectora y el aliento comprometido de Jorge Faraj, viene hacia nosotros a proyectar luz sobre las tinieblas. A resaltar las verdades de nuestro atraso y señalarnos el camino para pasar de la pobreza a la prosperidad, de la indefensión a la fuerza y de la inquina de unos contra otros a la fraternidad, para forjar una nueva visión fraterna en que el diálogo nos empuje hacia la acción colectiva, sin la cual no hay forma de resolver los ingentes problemas que nos empujan hacia la pobreza económica y mental y nos precipitan hacia el fondo de la inestabilidad y comprometen a la democracia real y efectiva.
Por supuesto, Pedro Barquero tiene enormes retos que enfrentar. Deberá rehuir a la tentación aislacionista de los costeños, especialmente los de San Pedro Sula, para hablarnos desde adentro de Honduras, no haciéndonos pensar que SPS no es Honduras, que allá todo está bien. Y que las miserias nacionales están concentradas en Tegucigalpa – porque aquí reside el Gobierno – y que la casi totalidad de los hondureños somos unos inútiles. Ese aislacionismo, que en algunos momentos ha sido gracioso y circense para llenar a los vacíos estadios futboleros, no es una buena herramienta para empujar a Tegucigalpa hacia la modernidad. De allí que, en vez de aconsejar desde afuera, su magisterio tiene que hacerlo desde adentro –con todos y para todos– disimulando incluso su talento excepcional para, desde la humildad, asumir la conducta del maestro noble que viene enviado de los cielos a servirnos a todos, incluso con su sacrificio y sus desvelos. Además, deberá mostrar la tolerancia que caracteriza a los enviados, absteniéndose de usar las redes sociales para descalificar a los que por ignorancia –y no por otra cosa– dudan de su calidad de enviado de los cielos, por Dios, para salvarnos.
Aunque la tarea es inmensa, Barquero tiene una cualidad: no comparte las debilidades hondureñas. Tiene mucha confianza en sí mismo y una férrea voluntad para enfrentar dificultades, confrontándose con quienes dudan de sus intenciones. Aunque no somos sus amigos, porque dudamos de algunas de sus expresiones “magisteriales”, le deseamos el mayor de los éxitos en su tarea excepcional, sabiendo que en los peores momentos podrá subir al “huerto de los olivos”, en El Merendón, a oír la palabra orientadora de su “padre”, la que le dará fuerza para cumplir la enorme tarea que se ha impuesto: salvarnos, y en muy poco tiempo.
Todos debemos respirar tranquilos: la espera ha terminado. El “esperado” desde siempre ha llegado. ¡Albricias!