Un sencillo “tour” por el centro de San Pedro Sula no puede dejar por fuera la visita a la catedral San Pedro Apóstol, especialmente en momentos en que no haya oficios religiosos para poder admirar, en la quietud del templo, las obras de arte pintadas por el hondureño Rolando Rodríguez.
Fue monaguillo en la iglesia de Cofradía y alguna vez soñó con ser sacerdote; sin embargo, terminó siendo pintor gracias a la innata vocación artística demostrada desde su infancia. Es así como Rolando Rodríguez obtuvo la sublime misión de restaurar las pinturas de la catedral y plasmar, allí mismo, otras obras artísticas de su propia creatividad.
Mediante su arte dio nueva vida a las obras de José Antonio Borges, el pintor catalán que embelleció, hace años, el interior de la catedral San Pedro Apóstol.
El tiempo y los embates de la naturaleza las mantenían en una situación deplorable, pero el pincel de Rolando Rodríguez, conocido como Sambo, las hizo relucir.
Este fino artista tuvo que hacerla hasta de albañil, pues el trabajo de resanar grietas en las paredes debía ir acorde con la restauración de las pinturas. Algunas de las paredes, en las que se pintaron originalmente las imágenes, necesitaron más trabajo porque fueron afectadas por el terremoto de 2009.
Rodríguez comenzó la labor encomendada con la restauración del Cristo Crucificado, en el lateral izquierdo, a la entrada del templo, que ahora luce como si fuera la pintura original de Borges. También plasmó obras de su propia creación como la confirmación del milagro de la Virgen de Guadalupe y la aparición de la diminuta imagen de la Virgen de Suyapa a dos campesinos que pernoctaban a orillas de la quebrada El Piligüín.
Para pintar los cuadros acudió a relatos históricos que se han tejido alrededor de estos grandes acontecimientos del catolicismo con el fin de recrearlos fielmente en el mural. Primero elaboraba uno o más bocetos de la obra para que monseñor Ángel Garachana, entonces párroco de la diócesis, diera el visto bueno al cuadro que considerara más significativo. Los murales son más grandes de lo que la gente imagina, pues deben verlos de largo para apreciarlos mejor.
A la catedral llegan a admirar las obras no solo católicos, sino también personas reverentes al arte y turistas extranjeros. Uno de los cuadros más admirados es el que representa las distintas etapas en la vida de san Judas Tadeo, el santo de las causas perdidas.
Lastimosamente, tanto la majestuosidad del templo como su arte interior contrastan con el desorden de los alrededores saturados de vendedores que se han apoderado de la vía pública. Es un serio problema urbano que las autoridades municipales no se atreven a resolver, quién sabe por qué, ya que la ley les da potestad para actuar.