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Análisis: Empieza la era de Trump

  • 14 noviembre 2016 /

Estados Unidos

El pasado 9 de noviembre fue el 18 de brumario según el calendario revolucionario francés; el día en 1799 en que Napoleón Bonaparte encabezó un golpe de estado contra el gobierno revolucionario, estableciéndose como Primer Cónsul y disponiéndose a redirigir la historia del mundo como pocos hombres han hecho antes o desde entonces.

Donald Trump no es Napoleón, pero para aquellos de nosotros que lo hemos descartado como meramente un autoritario de opereta, una parodia de un personaje histórico mundial, su propio 18 de brumario es un momento para reconsiderar. Ha conseguido una victoria verdaderamente asombrosa y la obtuvo a pesar de los sondeos, los expertos, todos los nerds de los datos y los consultores de movilización del voto que trabajaron incesantemente para Hillary Clinton … a pesar de la oposición de ex presidentes y candidatos presidenciales del Partido Republicano y la mayoría de los intelectuales del conservadurismo … a pesar de los medios que felizmente lo encumbraron en las primarias del Partido Republicano y luego creyeron (razonable, pero erróneamente) que lo habían destrozado … y, finalmente, a pesar de sus propios actos de autosabotaje, los cuales parecieron indignantes pero resultaron ser insuficientes para evitar que llegara a su destino.

Así que helo aquí, a poco tiempo de ser el hombre más poderoso en la faz de la Tierra, sin mandato popular pero sí con una mayoría republicana que espera no obstante sus indicaciones, una corte de escritorzuelos y aduladores a su alrededor, una burocracia y un Estado profundo inseguros sobre cómo responderle, un mundo inestable que ve su ascenso con recelo (o, en Moscú y Pekín, con satisfacción), y nada de la preparación que incluso el más inexperto de los presidentes estadounidenses modernos ha aportado a su elevado puesto.

Lo que suceda de aquí en adelante promete (o amenaza) con hacer historia como nada más en Estados Unidos _ ni siquiera el trauma del 11 de septiembre o la elección del primer presidente afroamericano _ desde que terminó la Guerra Fría hace 30 años, o desde las crisis sociales de los años 60 y 70 mucho antes que eso.

En el escenario mundial, el populismo y nacionalismo de Trump lo hacen un hombre muy de su tiempo, con paralelos en personajes tan diversos como Marine Le Pen, Recep Tayyip Erdogan y, por supuesto, Vladimir Putin. Pero, en el contexto estadounidense, es como nada que hayamos visto antes: un destructor de todas las normas y suposiciones convencionales, un hombre que tiene más probabilidad de fracasar catastróficamente que otros presidentes, más constitucionalmente peligroso que otros presidentes, pero también con más probabilidad de llevarnos a una era política diferente, una política post-neoliberal y posterior al fin de la historia, que cualquier otro presidente imaginable.

No me retracto de ninguna de las advertencias que hice sobre la probabilidad de una catástrofe o una crisis bajo su mandato. Temo a los riesgos de una presidencia de Trump como no he temido a nada en nuestra política antes. Pero él será el presidente, gracias a una tosca genialidad que identificó todos los puntos débiles en nuestros partidos y nuestro sistema político y que habló a una multitud de votantes a quienes ese sistema había prometido cuando mucho un estancamiento sustancial bajo el tutelaje de una élite distante y complaciente. Así que debemos esperar que tenga el ingenio de ser más que un destructor, más que un demagogo, y que su tosca genialidad finalmente pueda volcarse, de algún modo, en el bien común.

Y si esa esperanza queda hecha añicos, debemos encontrar formas de resistirlo; todos nosotros, de derecha e izquierda, en el nuevo capítulo de la historia de Estados Unidos que ha empezado muy inesperadamente.

© New York Times News Service