La conmemoración del 15 aniversario del golpe de estado o crisis política, como sea que le llamemos con las diferencias enormes que eso significa, no es un tema fácil para Honduras, porque aviva las diferencias de pensamiento que marcaron el pasado, lo siguen haciendo en el presente y seguramente serán decisivas en el futuro.
Sin lugar a dudas, cualquiera que sea la perspectiva desde donde se observe lo sucedido en 2009, podemos llegar a la misma conclusión: deseamos que esos hechos no se repitan, porque llevaron al país a una profunda crisis multidimensional de la que no hemos podido salir.
La reconciliación de la hondureñidad es un paso necesario para ver hacia el futuro, trabajando en el presente por encarar los desafíos que tenemos que, si bien no son nada nuevos, pueden complejizarse aún más.
Luego de observar lo dicho en la celebración del Foro de Sao Paulo, celebrado hace pocos días en Tegucigalpa, así como de la marcha de protesta por el llamado “Ejército Ciudadano de Paz”, uno no puede más que pensar que el despliegue de ideologías antagónicas no nos llevará hacia ninguna parte.
Poner de ejemplo de desarrollo actual a Cuba y Venezuela es inaudito para cualquier persona que tenga mínimo acceso a la tecnología de las comunicaciones que permite darse cuenta de lo que sucede en ambos países.
De la misma forma, es también difícil aceptar que debemos cerrarnos a ideologías y pensamientos importados, como en cierta forma proclama el otro extremo, cuando estamos precisamente en un mundo globalizado y Honduras a lo largo de su historia se ha nutrido de otras culturas y formas de pensar.
En todo caso, podemos llegar a la conclusión de que la polarización ideológica en nuestro país, como también sucede en otras partes del mundo, solamente nos lleva a tener una visión tremendamente sesgada de una realidad que requiere un pensamiento más abierto y la tolerancia para respetar la otredad, aunque sus criterios no sean compartidos.
Elevar la voz para espetar arengas ideológico-partidarias no es una buena salida a las preguntas concretas que la ciudadanía se hace, como tampoco lo es aprovechar el descontento masivo para volver a salir a la luz pública.
La contundencia con la que se enarbola el principio de no intervención debería de aplicarse también por parejo, porque si nos molesta que se juzgue desde afuera a la actual administración, igual debería de provocar protesta que nos señalen de otras latitudes el camino a seguir, ¿o acaso no sería igual?
Detrás de lo sucedido en Tegucigalpa hay algunas lecciones que vale la pena tomar en cuenta, cuando estamos a menos de año y medio de las elecciones generales en Honduras.
Hay un enorme desencanto evidente en los actos político-ideológicos, a juzgar no solamente por las imágenes que nos ofrecen los medios de comunicación en las que se refleja una baja sustancial del apoyo popular a uno y otro extremo, sino también en los mismos mensajes, que no evolucionan con la realidad que vivimos en el país.
Es un mensaje para los partidos antagónicos: más allá del voto duro, deben considerar a una gran parte de la población que en las pasadas elecciones votó ilusionada por la esperanza de un cambio, pero que no está dispuesta a volver atrás. Más allá de la ideología volcada en discursos, ¿Qué propuestas hay para toda esa masa electoral?
Hay un gran vacío a la espera de nuevos liderazgos más propositivos, incluyentes, disruptivos y tolerantes. La vacante parece que seguirá abierta.