La alegría para los que tenemos fe en Jesucristo no es algo añadido u opcional, es algo recibido y que deseamos compartir. Mientras en muchos ambientes prevalecen las acciones evasivas, el cristianismo comparte el fundamento para la auténtica alegría: Jesucristo ha vencido, y con él todos hemos sido salvados. La misericordia gratuita de Dios que alcanza todo lugar, todo tiempo, toda persona.
Muy importante es recordar que el Triduo Pascual que hoy culminamos une de manera inseparable, la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo.
Tres momentos de un único acontecimiento. Es decir, el cristianismo no niega el sufrimiento en la alegría, ni la esperanza en el dolor. La invitación en esta emergencia sanitaria sería: “Alégrense en el dolor, no por el dolor”.
El cristiano no se goza de pasarlo mal, pero el que vive en el Resucitado, no necesita que todo funcione perfectamente para poder estar alegre. Sabe vivir la verdad de cada día con amor, gracias a la voz que dice: alégrense, está vivo. La vocación de todo ser humano es ser feliz, ser auténtico, amar y ser amado. Alegría, verdad, amor… necesariamente unidas.
Y las tres tienen su origen y su fin en Jesucristo; y de ellas nos hace participar el Señor: “Les he dicho estas cosas para que participen en mi alegría y sean plenamente felices” (Jn15,11).
La mayoría de los mensajes serios en las redes sociales tratan de verle un lado positivo a esta situación de enfermedad y muerte.
Lo cual está bien porque necesitamos una esperanza que nos dé fuerza para perseverar en la adversidad. Pero si somos sinceros, nadie sabe qué ocurrirá después estas inusuales semanas, ni a nivel económico, ni social ni psicológico. Todos esperamos que nos hayan hecho redescubrir muchas cosas importantes que habíamos olvidado y esperamos que de este sufrimiento global salgamos globalmente renovados. Es un buen deseo, pero es eso, un deseo. Necesitaremos más que nunca la alegría, la verdad y el amor fundamentados en Jesucristo para que el tiempo que nos espera sea de verdad un tiempo nuevo y mejor.
Alégrense, nos dice el Señor, no porque tienen más cosas o más salud. Alégrense porque me tienen a mí, que soy el Camino, la Verdad y la Vida.
La alegría no es una cosa, una idea, siquiera una experiencia tenida, la alegría es una realidad que nos abraza y que podemos abrazar, ayer, hoy y siempre… en la persona de Jesucristo.
Pareciera que nos cuesta creer lo que nos sorprende y nos exige cambios. Nos pasó con las noticias lejanas del coronavirus. Puede ocurrir algo parecido con la alegría de Jesucristo: es tan grande que no nos la creemos. La Resurrección de Cristo es un evento que transforma la historia entera. Podríamos decir que el Señor está esperando que nos creamos esa buena noticia, es decir, que reorientemos nuestras vidas.
La invitación a la alegría no es solo porque algo ha cambiado, sino para hacer cambiar todo. No es para que olvidemos el dolor, sino para que le demos el significado auténtico. No para disfrutar la vida, sino para servir la Vida.
Conoce bien Jesús nuestro dolor actual y nos acompaña en él dándonos su fortaleza. Por eso nos dice hoy a nosotros, tal como dijo antes de su Pasión a sus discípulos: “Así también ustedes ahora sienten tristeza, pero cuando me vuelvan a ver, su corazón se llenará de alegría, y nadie podrá quitarles esa alegría” (Jn16,22).
Hoy, Domingo de Resurrección, muchos seguimos guardados en casa, pero no nos sentimos derrotados. Sabemos que nuestra casa no es una tumba, es un hogar. Y el hogar de una familia no se parece a un sepulcro, sino a un útero tierno que engendra vida. Y esto se hace realidad porque Cristo está vivo y nos dice: alégrense.