14/05/2025
09:18 AM

Búsqueda del alma

Cuando uno entra al templo rojo maya y se abstrae en la historia, en el tiempo, en un intento de entender a aquellas generaciones aborígenes, sus ritos, sus mitos y sus creencias y costumbres, no puede uno menos que quedar perplejo, pensativo.

    Cuando uno entra al templo rojo maya y se abstrae en la historia, en el tiempo, en un intento de entender a aquellas generaciones aborígenes, sus ritos, sus mitos y sus creencias y costumbres, no puede uno menos que quedar perplejo, pensativo.

    Ya en los tiempos antiguos de Egipto, Grecia o Roma, por citar lugares más occidentales que si los buscamos en otras latitudes no pararemos de contar -la nostalgia de lo eterno, de lo divino, ha existido de mil formas. Lo cual confirma que los seres humanos, aunque haya quien se empeñe en racionalizar lo contrario- late una natural inclinación a lo sagrado, a lo religioso, a lo divino. Y no necesariamente como una proyección del yo que necesita inventarse algo para afrontar su horror vacui, su angustia a la muerte, sino como algo esencial en el alma humana que, insaciable, busca su más auténtico anclaje en Dios.

    La catedral de Comayagua, vista de frente, desde la plaza mayor, es un testimonio más de en todas la culturas -la nuestra cristiana- la persona humana es capaz de reconocer y recrear espacios para expresar sus creencias y sus búsquedas espirituales. La catedral de Comayagua, corazón de Dios, es un símbolo genuino del sentir de un pueblo que ha sabido orientar su piedad y su cultura hacia los valores más sublimes, potenciados por elementos visibles y por el culto espiritual al Dios verdadero.

    La iglesia La Merced, también de Comayagua, alberga un añejo encanto que serena al visitante. Este edificio es testigo mudo del paso de generaciones de creyentes. Su lobreguez y su opacidad, contrastan con el silencio mismo de las paredes, las verdaderas confidentes de infinitas plegarias al Señor, que sigue inmutable, en un eterno gesto de inclinación amorosa hacia los peregrinos.

    ¡Ah, Comayagua, antigua y moderna, capital abandonada, tú tienes todas las cosas que te embellecen! Tu reloj no marca el tiempo, sino la intensidad de tu orgullo. En ti se cumplen las palabras de cuanto más vieja, más joven te ves. El Santuario Nacional de Suyapa confirma una vez más la vasta religiosidad del pueblo hondureño. La magnificencia de sus columnas, su cúpula, su altar mayor, sus naves laterales y sus vitrales dan cuenta de que Dios ha mostrado plenamente a la humanidad, de muchas maneras, la razón última y verdadera de nuestra vida.