Por: Lisa Abend/The New York Times
Mientras Jay y Kate Boyer y sus dos hijos caminaban hacia una cascada en un día inusualmente caluroso de julio en el pueblo de Geiranger, a orillas del fiordo de Noruega, les sorprendió tanto las temperaturas de 32 grados centígrados como los pasajeros de cruceros que obstruían el camino, como dijo Kate Boyer, “como hormigas”.
La pareja de Los Ángeles había elegido la región nórdica para sus vacaciones familiares después de lidiar con el calor y las multitudes en un viaje al sur de Europa.
“Decidimos hacer este viaje basándonos únicamente en que no haría calor”, dijo Jay Boyer, señalando la ironía de venir durante una ola de calor. “Pero obviamente no estamos solos. Alguien aquí nos dijo que incluso existe una palabra para este tipo de viaje”.
La palabra es “vacafrescas” y se refiere al creciente número de viajeros que evitan el calor de los destinos veraniegos tradicionales en favor de climas más frescos.
Preocupación
En Europa, mientras las olas de calor provocan incendios forestales en España y Portugal, las vacafrescas impulsan a los turistas a los países nórdicos. Pero en una región que se enorgullece de su sostenibilidad ambiental y social, este hecho genera tanta preocupación como celebración.
El turismo en la región nórdica ha experimentado un aumento desde el fin de la pandemia. En el 2023, todos los países nórdicos registraron más pernoctaciones que en cualquier otro año; en julio, los aeropuertos de Oslo y Copenhague registraron un número récord de llegadas.
El clima es un factor que contribuye a este crecimiento. Este año, la popularidad de los destinos turísticos del Mediterráneo cayó 8 por ciento, reporta la Comisión Europea de Viajes. La aerolínea escandinava SAS afirma que las reservaciones desde Francia e Italia a ciudades del norte de Suecia se han disparado entre un 50 y un 60 por ciento.
Zonas rurales de Noruega, como el archipiélago de Lofoten, se han visto inundadas de visitantes. Esto preocupa a Synnove Solemdal, directora de la Asociación Noruega de Turismo, que mantiene senderos y chozas cerca de Geiranger. “En Noruega sentimos una gran responsabilidad con la naturaleza”, afirmó. “La gente crece aprendiendo a usarla y protegerla. Pero quizás la gente de otros países no tenga ese conocimiento”.
El año pasado, la autoridad turística canceló una campaña para promover las actividades al aire libre debido a la preocupación por el medio ambiente. Este verano, aprobó un impuesto turístico del 3 por ciento a las pernoctaciones y los pasajeros de cruceros.
El fiordo de Geiranger, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, ha sido una atracción turística desde la llegada de los barcos de vapor británicos en el siglo 19. Pero hoy la cantidad de cruceros, autobuses turísticos y casas rodantes que abarrotan el pueblo en la desembocadura del fiordo amenaza el medio ambiente.
Noruega exigirá ahora que los cruceros que entren al fiordo tengan cero emisiones para el 2032.
Para Hedda Felin, se necesitará más para lograr el equilibrio adecuado. Como directora ejecutiva de Hurtigruten, cuyos barcos transportan turistas por la costa oeste de Noruega, ha sido testigo directo de la transformación. Como asesora del Gobierno noruego, le gustaría ver al País resistir las tendencias como las vacafrescas en favor de un enfoque más sostenible.
Lo importante, dijo, “es extender el turismo de manera que esté en todo el País —y todo el año”.
©The New York Times Company 2025