The New York Times
Por: Ismaeel Naar y Erika Solomon/The New York Times
RIAD, Arabia Saudita — Durante semanas, les llovieron burlas a los comediantes estadounidenses que se presentarían en Arabia Saudita —un país poco conocido por sus libertades civiles.
Pero para cuando subieron al escenario, los comediantes habían convertido en objeto de burla a la libertad de expresión en Estados Unidos.
“Dicen ahorita en Estados Unidos que si hablas de Charlie Kirk, te cancelarán”, bromeó el comediante Dave Chappelle el 27 de septiembre en el Festival de Comedia de Riad, el primer evento de su tipo en Arabia Saudita. “No sé si sea cierto, pero lo voy a averiguar”.
Cuando Chappelle dijo ante una audiencia de 6 mil personas, “Es más fácil hablar aquí que en Estados Unidos” despertó vítores.
Chappelle se presentaba en Riad mientras un divisivo debate sobre la libertad de expresión invadía Estados Unidos. Todo comenzó después de que Jimmy Kimmel, conductor de televisión nocturno, fue retirado brevemente del aire tras crecientes críticas de muchos conservadores y un regulador federal por un monólogo que pronunció sobre el asesinato de Kirk, un activista de derecha. El Presidente Donald J. Trump ha pedido a los reguladores que consideren revocar las licencias de las cadenas de televisión que transmiten a sus críticos.
Más de 50 de las figuras más importantes de la comedia occidental se presentaron en el festival de Riad, que finalizó el jueves. Los espectáculos fueron financiados por el Gobierno saudí, que restringe severamente la libertad de expresión.
Censura
Organizar grandes espectáculos forma parte de la agenda Visión 2030 de Arabia Saudita, liderada por el Príncipe heredero Mohammed bin Salman. Su objetivo es diversificar la economía, que depende en gran medida del petróleo, y crear un entorno social más relajado tanto para los inversionistas extranjeros como para los sauditas comunes. Para los sauditas, el evento —que contó con la participación de estrellas como Kevin Hart y Bill Burr— fue una señal de cambio.
No todos los comediantes aceptaron la oferta de Arabia Saudita. Algunos dijeron que se habían negado a presentarse porque había censura presente en los contratos que se les pidió que firmaran. La comediante estadounidense Atsuko Okatsuka, que boicoteó el festival, publicó capturas de pantalla de lo que dijo eran partes del contrato que prohibían chistes que ridiculizaran al reino, a la familia real o cualquier religión.
Un comediante, Tim Dillon, afirmó que el dinero había sido un factor motivador para presentarse. Dillon —quien posteriormente fue omitido por los organizadores tras hacer chistes sobre esclavitud respecto a los trabajadores migrantes en el reino— dijo que le ofrecieron 375 mil dólares y que otros habían recibido hasta 1.6 millones de dólares.
Organizaciones de derechos humanos y otros comediantes han acusado a los artistas del festival de “lavado de imagen” —permitiendo que sus presentaciones desvíen la atención del preocupante historial de derechos humanos del Gobierno saudita.
Entre el público que asistió a la actuación de Hart el 28 de septiembre, algunos sauditas argumentaron que negarse a interactuar con su País no era la solución.
“No significa que debamos estar aislados del mundo, y viceversa”, dijo Taher al-Naser, de 27 años. “Si quieren llamarlo blanqueamiento, que así sea, pero aún estamos en proceso de transformación”.
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