La pandemia de COVID-19 en Nicaragua se vive de una forma particular. Sin restricciones, ni casi información oficial sobre su propagación, en medio de una crisis sociopolítica, y una recesión económica, es como intentar mantener la distancia en una fila con los ojos vendados.
Mientras los países vecinos reportan decenas de muertos y cientos de casos confirmados de COVID-19, Nicaragua, donde no se han cerrado las fronteras, se mantienen abiertas las escuelas, y el Gobierno celebra más de 1.000 actividades de aglomeración cada semana, únicamente reporta 25 pacientes y ocho muertos.
Los números oficiales contrastan con escenas cada vez más comunes: gente con mascarillas evitándose entre sí, personas cayendo súbitamente en las calles, camionetas del Ministerio de Salud (Minsa) transportando ataúdes sellados directo a los cementerios, hospitales rodeados de paramilitares sandinistas que amenazan a quienes graban.
Datos del independiente Observatorio Ciudadano COVID-19 indican que la cantidad de personas infectadas con el coronavirus SARS-coV-2 ya ha superado el millar, y que los muertos se aproximan a los 200.
Las jornadas en los mercados de Managua, hacen que las cifras del observatorio independiente sean más creíbles que las del Gobierno, que se niega a admitir que hay transmisión comunitaria local.
Aquí no existe distanciamiento social, es imposible cumplirlo en un pasillo de un metro de ancho, con gente que va y viene más deprisa que uno, y vendedores que saltan repentinamente delante por delante, para tomar la mano del posible cliente e invitarlo a comprar.
PAÍS SIN CUARENTENA
En las paradas de autobuses la historia no es muy diferente. Aunque algunos intentan guardar dos brazos de distancia de los demás, esta se borra al momento de ingresar a la unidad de transporte, sea por la urgencia del conductor, o por la persona que sube detrás.De cualquier manera, en Nicaragua casi nunca un autobús viaja holgado, por lo que a veces el que lleva mascarilla recibe el aliento del que habla con su vecino, de pie y sin protección.
Las diferencias entre las clases sociales son un poco más notorias en los supermercados. En los más caros se toman acciones similares a las de los bancos, donde se mide la temperatura, se ofrece alcohol líquido y en gel, hay una alfombra con solución de cloro en la entrada, y la mayoría de clientes toma su distancia.
En los supermercados más populares apenas hay un líquido jabonoso y gel para las manos, mientras una parte de los clientes no se preocupan por el distanciamiento social. Lo mismo ocurre en los juegos de béisbol u otras competencias, que no han parado en Nicaragua, aunque en los campos y estadios a veces ni siquiera hay agua para lavarse.
La pandemia de COVID-19 también ha traído aglomeraciones en los hospitales. Las filas de personas junto a la entrada los centros hospitalarios son cada vez más largas. La incertidumbre por la falta de información estatal hace que los pacientes no acudan solos a una consulta médica, ya que podría ser la última vez que la familia los ve.
Contrario a otros tiempos, la gente en las filas habla menos de sus problemas, con o sin distanciamiento social. El temor coincide con relatos de familiares de algunos pacientes de COVID-19, que supuestamente han sido amenazados por paramilitares sandinistas, de no hablar de la pandemia o sufrirán represalias.
UNA CRISIS DENTRO DE OTRAS
Los dilemas sobre mandar a la escuela a los niños o no, gastar en un taxi o tomar el autobús, prepararse por si hay cuarentena sorpresa o ahorrar, no se discuten en público.Esto se debe a que Nicaragua ya vivía una sangrienta crisis sociopolítica antes de la propagación del coronavirus SARS-coV-2.
Esta crisis tiene enfrentados al presidente Daniel Ortega y sus seguidores con una aparente mayoría de nicaragüenses, desde el estallido popular antigubernamental de 2018, en el que las fuerzas combinadas del Gobierno, incluidos paramilitares, realizaron ataques armados y posteriores ejecuciones extrajudiciales que han dejado cientos de muertos, presos o desaparecidos, miles de heridos y decenas de miles en el exilio.
Según la disidencia, el Gobierno utiliza a los militantes sandinistas para vigilar si alguien expresa rechazo a Ortega y su familia, o usa su teléfono celular para grabar una institución del Estado, para arrestar a la persona, con base en una orden policial emitida en septiembre de 2018.
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A lo anterior se suma una situación económica no ofrece alivio. Defensores de los consumidores sostienen que las quejas por el alto costo de los combustibles son permanentes, y los reclamos por supuesto fraude de la distribuidora de energía hacia los clientes se han triplicado.
Eso no se nota en ciertos bares nocturnos, donde algunas acuden como si no hubiera problemas sociopolíticos, económicos, ni pandemia, ni en las actividades que promueve el Gobierno, a las que asisten sandinistas, luego son enviados a visitar casa por casa, aunque son rechazados.
Esta es la vida bajo la pandemia en Nicaragua, una que en memes ha sido definida como “sálvese quien pueda”. EFE