Las autoridades mexicanas rescataron a 104 indocumentados centroamericanos, 102 hondureños y dos salvadoreños, en la ciudad de Nuevo Laredo, fronteriza con Estados Unidos, quienes “presuntamente estaban privados de su libertad”, informaron fuentes oficiales.
La operación fue ejecutada el 7 de marzo pasado luego de una denuncia que alertó a las autoridades de que “personas armadas” llegaron al inmueble y que bajaron “violentamente a decenas de hombres y mujeres”.
Tras recibir la denuncia, personal naval se desplazó a la colonia 150 Aniversario de Nuevo Laredo “donde ubicó en un domicilio a 104 personas (91 hombres y 13 mujeres), quienes manifestaron ser de nacionalidad extranjera”.
Los inmigrantes dijeron haber sido presuntamente privados de su libertad desde hacía cuatro días y quedaron a disposición de las autoridades de México para su probable expulsión del país. “A citadas personas se les proporcionó atención médica y alimentación, siendo posteriormente trasladadas a la Subdelegación de la Procuraduría General de la República”, dijeron las autoridades.
Los secuestros
Un reportaje de la agencia Reforma retrata el testimonio de un grupo de hondureños en su ruta hacia Estados Unidos por territorio mexicano.
La adrenalina sube conforme se aproxima la máquina de acero 4041 de Ferromex a 45 kilómetros por hora sobre las vías de Huehuetoca, Estado de México, con dirección a San Luis Potosí.
La mirada de los centroamericanos está fija en cada uno de los acoples del ferrocarril. Esperan el momento para treparse.
Han esperado más de cinco horas dormidos en los rieles hasta que el motor del tren los despertó y sus sentidos se alertaron.
Uno, cinco, 10 metros, corren a todo pulmón. Uno de ellos logra asirse a una varilla, pero no se siente lo suficientemente seguro y se suelta. Otro intento, ahora agarra con mayor fuerza el metal, mece los pies y con mochila al hombro -su única pertenencia- logra estabilizarse en una barra de acero, y se aleja junto con sus otros cuatro compañeros de viaje.
En este punto del viaje, en Huehuetoca, el cansancio es visible en los migrantes procedentes en su mayoría de Honduras.
La ropa está desgastada y sucia, el sudor es penetrante, la piel se vuelve más morena, los labios resecos, deshidratados, los dolores de pies y piernas son agudos.En años anteriores, los migrantes solían hacer el viaje en 13 o 15 días desde su país a Estados Unidos; ahora, a causa del crimen organizado, llevan tres semanas y apenas han recorrido dos mil kilómetros y falta otro tanto para llegar a la frontera.
“¿Sabe por qué estamos aquí? y ¿por qué no hay tanta gente si antes se llenaba esto?, porque la gente está parada en Coatzacoalcos, allí hay como unas 15 mil personas, no pasan porque las están secuestrando, están pidiendo 100 dólares a cada uno.
Paran el tren y allí cerca están todos los delincuentes. “Los malandrines vienen checando la gente, con celulares en el tren, y cuando llegan a Coatzacoalcos saben perfectamente cómo son los grupos, si no pagan a uno lo tiran. Un chico que no quería pagar lo machetearon aquí”, dice Marvin, colocando su mano en el cuello.
El hondureño y otros tres connacionales que se encontraron en el camino relatan su experiencia recostados en la vía.
“Son más de 100 malandrines, su jefe es el “Pájaro”, así le dicen, el miércoles (6 de marzo) había un gentío en Coatzacoalcos y a todos los bajaron con tiros y machetazos”, agrega.
“Son tres puntos: Orizaba, Coatzacoalcos, Aguas Blancas, 100 en cada uno, 300 dólares, si uno no lleva ni para el pasaje”, refiere Marvin sobre las zonas adonde se sabe que el crimen extorsiona a los migrantes.
Pero los agresores no son solo delincuentes civiles; a ellos, dicen los migrantes, se suman los guardias privados del tren, quienes en Lechería, Huehuetoca y Tultitlán cobran de 200 o 300 pesos para permitirles el ascenso y tras unos metros de avance los tiran a las vías. Otro riesgo está, además, en las propias vías del tren.
Apenas el día anterior a la llegada de Marvin y sus compañeros, Walter Alfonso Dimas intentó subir, pero una rueda le molió el pie derecho. El joven de 33 años permanece internado en el hospital Rubén Leñero, adonde le amputaron la extremidad inferior.