El mundo se olvida de Haití en el peor momento. Nigel Fisher, coordinador humanitario de la ONU en el país caribeño, ha proferido una nueva voz de alarma: “Sólo hemos recibido, en efectivo y en suministros, menos del 10% de lo que necesitamos”·
La Organización Mundial de la Salud, OMS, solicitó la semana pasada 164 millones de dólares a la comunidad internacional, el capital necesario para iniciar la lucha contra el cólera, que se ha cobrado la vida de 1,344 personas y que ha infectado a 23,377.
“Necesitamos con urgencia vital médicos y enfermeras”, insistió Fisher. Los sistemas de purificación de agua y las tabletas de cloro son “imprescindibles para contener el aumento de los contagios”.
El listado abarca desde sales de rehidratación oral a las tiendas de campaña para instalar centros de tratamiento alejados unos metros de los núcleos hospitalarios.
La subsecretaria general de Asuntos Humanitarios llega hoy a Puerto Príncipe con la secreta esperanza de agitar al mundo.
Haití busca en su propia memoria histórica. “Pronto se supo con espanto que el veneno había entrado en las casas… A la vuelta de cada camino aparecía un entierro… El terror enflaquecía las caras y apretaba las gargantas…El veneno seguía diezmando las familias, acabando con gentes y crías, sin que las rogativas, los consejos médicos, las promesas a los santos lograrán detener la subterránea marcha de la muerte”.
La epidemia que el mago Mackandal, héroe de la independencia de la primera nación negra, diseminó contra los franceses, que Alejo Carpentier dramatizó en El reino de este mundo, ha vuelto a Haití.
Pero esta vez sí tiene cura: “El cólera es extremadamente fácil de curar. La mortalidad del 2.4% demuestra que prácticamente todos los pacientes que reciben atención sobreviven”, insistió Fisher en su llamado al mundo.
Pero mientras tanto la enfermedad avanza. El número de focos y de regiones afectadas crece sin parar. Y lo hace a tal velocidad que la OMS reconoce que la hipotética cifra de 200,000 contagiados se va a quedar corta. Las autoridades insisten en que las protestas de los últimos días sólo han empeorado la situación. “Cincuenta personas con cólera perdieron la vida durante las manifestaciones de la semana pasada”, afirmó Michel Saint-Croix, alcalde de Cabo Haitiano.
El primer edil incluso fue más allá al asegurar que manifestantes contrajeron la bacteria al mover cadáveres arrojados en las calles.
Pese a la contundencia de las cifras, distintas organizaciones humanitarias declaran sotto vocce que hay más enfermos que todavía no han aparecido a la luz pública.
Incluso Gerard Chevalier, asesor sanitario gubernamental, desvela que “las cifras oficiales subestiman la cantidad real”. Pero es que el gobierno de René Preval y las Ong’s llevan 10 meses sumidos en la más profunda de las desconexiones, un hecho que repercute en la ayuda a los más necesitados.
“Las Ong’s extranjeras se aprovechan del caos para quedarse con mucho dinero”, denunció a LA PRENSA, Louis Ernz, líder de la Federación Nacional de Jóvenes para el Desarrollo, un grupo de voluntarios universitarios que asiste a 147,000 refugiados en 50 campos de Puerto Príncipe.
Una acusación que puede sonar injusta, pero que desnuda a Haití: la rebautizada República de las Ong’s -por obra y gracia de las 10,000 organizaciones aquí establecidas, desde las poderosas Médicos Sin Fronteras o Save the Children hasta extrañas asociaciones evangélicas del tipo Misioneros en Motocicleta- no sufre por falta de dinero. Su mayor inconveniente es la absoluta descoordinación entre unos y otros.
Una situación que influye en el recelo de la comunidad internacional ante el llamado de la ONU. La parte haitiana se queja de que las Ong’s hacen lo que quieren y los extranjeros no se fían de la corrupción de los políticos locales.
Analistas locales y observadores extranjeros coinciden en que es necesario que el mundo vuelva a mirar al país caribeño. Y también que el nuevo gobierno elegido en las urnas sea capaz de liderar la reconstrucción nacional, “que alcancemos entre todos un pacto de Estado”, insiste Ernz. Mientras tanto, la subterránea marcha de la muerte no encuentra ningún freno.