19/01/2025
12:33 AM

En las entrañas del cólera

Los enfermos llegaban uno tras otro, desfilando frente a médicos atónitos que nunca antes habían visto nada así. Se les iba la vida.

Los enfermos llegaban uno tras otro, desfilando frente a médicos atónitos que nunca antes habían visto nada así. Se les iba la vida.

Cuarenta casos en una sola noche, la del 19 de octubre, en el Hospital de San Nicolás de Saint-Marc. Vómitos, diarrea y debilidad absoluta.
Seguían pasando las horas y la avalancha era incontenible: 400 contagios el primer día, mil el segundo. En la cercana Petit Riviere se reportaron otros 150.

El laboratorio confirmó los peores temores: el cólera estaba de nuevo en Haití, casi cien años después del último caso. Se lanzó la alerta nacional, que se prolongará durante meses.

Una epidemia mortal en el peor escenario posible. Ataúdes en carretillas, entierros masivos. Llegó la tormenta perfecta, otra vez en Haití.

Desde aquel día, segunda fecha del horror en el año maldito, el pánico recorre cuerpos y almas de la capital del departamento de Artibonite, epicentro del nuevo terremoto que asola el país caribeño. Aquí se diagnosticaron los primeros contagiados. Aquí ya se han tratado más de 12,000 casos, casi el 60% del total nacional. Aquí han muerto cientos de personas. Aquí un joven fue enterrado ayer y llorado por un sólo amigo. Su familia sigue paralizada por el miedo.

Suciedad

Médicos Sin Fronteras, convertidos en los cascos azules de la epidemia, llegaron a las pocas horas del primer caso. Asumieron la lucha contra el cólera en la primera línea de combate.

“Estábamos ante un coctel molotov. Un país posterremoto, con desplazados internos, en época preelectoral y esperando un huracán que luego extendería el contagio”, explica Ximena Di Lollo, doctora argentina y coordinadora en San Nicolás.

Un mes después, Saint-Marc vive entre el miedo, la subsistencia diaria y los actos de la campaña presidencial. La suciedad acampa a sus anchas, el agua putrefacta ha tomado un pequeño riachuelo y los mercados callejeros son tan caóticos como en el resto del país.

Los chivos que les son tan apetitosos beben en charcos inmundos, los accesos a las fuentes de agua no conservan ninguna garantía. La vida discurre sucia. Y temerosa.

“¡Miedo, miedo!” Las ocho enfermeras haitianas asienten al unísono. “Mucha gente ha muerto”, explica Mariela Louise. Y todas ellas comienzan el recuento: una tía, un primo, un amigo… “Y mi abuela, que murió durante los primeros días. No encontramos auxilio pronto y ella murió en unas horas”, relata Louise ante decenas de pacientes de San Nicolás que descansan antes de que le den el alta una vez superada la enfermedad.

Jonas Philippe pasó lo peor. Lleva tres días enganchado a un suero intravenoso que le ha salvado la vida.

“Yo compro agua purificada, pero siembro arroz, estoy siempre en contacto con el agua contaminada”, relata. La voz que se le fue ha vuelto a él. En unos días estará de nuevo lidiando con el campo.

“Esto parecía el cine de un pueblo”, recuerda la enfermera Clara Delacre, también argentina.

“Venían a ver, sin saber lo peligroso que es simplemente estar aquí presente”. Delacre ha vivido crisis parecidas: “La mortalidad en principio es muy alta, luego va bajando”.

Los primeros casos se dieron en Frecineau y Plocoste, barrios de la ciudad. Pero también menudean en poblaciones cercanas, como Dessalines, Grande Salines o L´Estere, todas ellas cercanas al río Artibonite, al que todos miran como factor de expansión de la bacteria. Un cartel en el Ayuntamiento enumera las poblaciones, con número de muertos, con fecha de 22 de octubre. Está en blanco. No quiere mentir, simplemente le superaron los acontecimientos. Como al país.

“Todavía no hemos podido controlar la diseminación de la enfermedad”, confiesa De Lollo. La amenaza se cierne sobre Puerto Príncipe, la capital destrozada por el terremoto que se defiende con uñas y dientes. “Pero hoy es el caldo de cultivo perfecto para la extensión del cólera”, reconoce Delacre.

Enfrentamientos

La epidemia no está ni mucho menos controlada en la capital haitiana. La prioridad es asegurar los puntos de agua potable y eliminar los excrementos, algo que parece imposible tras el salvaje terremoto de enero.

Y unas tareas que se pueden dificultar si los disturbios continúan. Los enfrentamientos esporádicos se mantienen en el centro de la ciudad, lo que dificulta la lucha contra el cólera. Soldados de la Minustah permanecen acuartelados.

Los dedos acusadores se levantan contra el destacamento nepalí de Naciones Unidas, con sede en Mirebalais. ¿Por qué? Ésta es una de las grandes incógnitas de la crisis. El primero que levantó su voz fue el propio presidente René Preval que no dudó en clamar que la epidemia venía “de fuera”.

Después un estudio del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de EUA, CDC, dictaminó que la bacteria era originaria de Asia.

Un reporte periodístico local sobre unos vertidos sucios al río en las inmediaciones del campamento nepalí estrechó el cerco. El menosprecio que el pueblo haitiano siente por las tropas asiáticas hizo el resto. El volcán social haitiano amenaza desde hace una semana con estallar y ya ha elegido sus enemigos: los nepalíes, el resto de tropas de la Minustah y el presidente Preval.

Ajenos a tal ebullición, la gente de Saint-Marc ignora la presencia de las patrullas de la ONU, no las atacan a pedrada limpia como los rebeldes de Cabo Haitiano y Puerto Príncipe.

También niegan con la cabeza cuando se pregunta por el origen de la epidemia que les atierra.

La vida sigue con el colorido multicolor de la campaña electoral: los amarillos de Celestin, el delfín de René Preval -también su yerno-, y los verdes de la opositora Manigat, que encabeza las encuestas. Un gran sepelio fúnebre, este sí acompañado por decenas de dolientes, recorre sus calles.

Un par de horas antes, la cuñada de la fallecida no pudo contener su dolor. Murió en la funeraria, a muy pocos metros del hospital donde se lucha por la vida. Tragedia doble, como la que quiere convertir a Haití en un país imposible.

EUA y Chile apoyan ampliar misión ONU en Haití

Santiago de Chile. Estados Unidos y Chile apoyan prolongar la misión de Naciones Unidas en Haití “no sólo para mantener el orden y la seguridad, sino también para involucrarse en las labores de reconstrucción tras el terremoto de enero pasado”, dijo ayer el ministro chileno de Defensa, Jaime Ravinet.

Ravinet hizo estas declaraciones durante una comparecencia de prensa junto al secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, quien está de visita en Santiago antes de viajar a la IX Conferencia de Ministros de Defensa de las Américas en la ciudad boliviana de Santa Cruz.

El ministro chileno aseguró que ambos países coinciden en la idea de ampliar el mandado de Naciones Unidas para proveer más batallones de ingenieros y cuerpos especializados que puedan desarrollar la ayuda de reconstrucción y humanitaria que se requiere.

Sostuvo además que la comunidad internacional debería reforzar las ayudas para reconstruir institucionalmente ese país y a la vez proveer los fondos necesarios para la reconstrucción tras el terremoto de enero, que causó cerca de 300,000 muertos.

Según explicó, la ONU extiende de forma anual los mandatos de estas misiones dependiendo de las condiciones del país, y habrá que esperar cuál es la evaluación que hace tras la asunción del Gobierno que se elegirá en las elecciones del 28 de noviembre. Ravinet recordó que el pasado septiembre, durante una reunión en Washington, ya transmitió a Gates la voluntad de Argentina, Brasil y Chile de ampliar la denominada Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití, Minustah.

En la Minustah, iniciada en 2004, participa cerca de medio millar de miembros de las Fuerzas Armadas chilenas.

Ravinet anunció que el Gobierno trabaja en la creación de una fuerza de reacción rápida que pueda ser desplegada rápidamente en caso de que ocurra una catástrofe natural.