En el metro de Kiev, un soldado ucraniano herido deja caer sus muletas al suelo, enjuga las lágrimas de su esposa, aturdida, y coge a su hijo de cinco años en brazos.
En la humedad del subterráneo, Sergeii y Natalyia Badylevych celebran su reencuentro. Llevaban separados desde el martes, tras las caóticas escenas que siguieron a la caída de un misil ruso contra la torre de la televisión pública ucraniana, a unos centenares de metros de allí. El ataque mató a una familia de cuatro personas y a un periodista.
Sergeii, que cojea porque tiene una pierna rota, admite que se temía lo peor. “Ayer, [mi familia] salió y dos minutos después se produjo la explosión”, cuenta el hombre, de 41 años. Está tan nervioso que se le traban las palabras.
“Llamé a mi esposa para decirle que volviera a casa, pero otro, en la calle, le gritó que se fuera al refugio”, explica. “Yo no sabía para nada si estaba viva”, añade, mirando a la mujer, que intenta contener el temblor de sus manos.
La vida en un refugio en una estación de metro en Kiev: frío, un cumpleaños y temblores por una explosión | Por @bettapique 👉 https://t.co/RkM4iMdbqy pic.twitter.com/tHnAm5s7lg
— LA NACION (@LANACION) March 2, 2022
Cerca de ellos, su hijo mayor observa atónito su nueva casa provisional, un pasillo de metro transformado en un gran refugio en el que se encuentran decenas de familias. El más joven permanece pegado a su madre.
“Ahora, el pequeño tiene miedo de salir. Dice: ‘Mamá, no, lo que quieras pero eso no’, y el mayor se pasó la noche llorando, llamándome”, dice la mujer, de 42 años.
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
La red metropolitana de Kiev fue construida a principios de los años 1960, cuando el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial y de los bombardeos seguían muy vivos.
Las estaciones fueron cavadas a propósito a gran profundidad para que pudieran servir de refugio. La de Arsenalna, a 105 metros bajo tierra, es la más profunda del mundo.
Pero hoy, el medio de transporte público favorito de los habitantes de Kiev, con sus 52 estaciones y sus 67 kilómetros de túneles, está prácticamente parado.
Aún así, todas las estaciones siguen abiertas para quienes no tengan ningún refugio cerca de casa, como le ocurre a muchos capitalinos, gran parte de los cuales vive en edificios altos, muy vulnerables a los bombardeos.
El jefe de la empresa que opera el sistema, Viktor Braginsky, no pensaba que él llegaría a ver el metro que gestiona utilizado como refugio para una ciudad entera en tiempos de guerra.
“Todavía no me lo creo”, comenta a la prensa, en la entrada de la estación Dorohozhychi, en la ribera oeste de la ciudad. “Todo parece surrealista”, añade.
Cada estación puede acoger a hasta 1,000 personas y resistir ataques de los cohetes, morteros o de los misiles Grad que las fuerzas armadas rusas lanzan contra la ciudad.
Supuestamente, en el metro podrían refugiarse hasta 100,000 personas.
SOPA DE PAPA Y ZANAHORIA
En la estación de Dorohozhychi ya hay varias familias instaladas, algunas desde hace seis días, y poco a poco se van haciendo a la idea de que la situación podría ir para largo.
Una familia ha levantado una tienda de campaña. Otros han puesto sus bártulos sobre toallas, para no dejarlos directamente en el sucio suelo.
Una jubilada, Antonina Puziy, tiene incluso lo necesario para cocinar. Este medio día, una sopa, para la que está pelando patatas y zanahorias.
La mujer, de 75 años, corrió a refugiarse con sus nietos en cuanto el primer ataque de misiles se abatió sobre la capital, el jueves por la mañana. “Vivimos en un 12º piso. Desde allí arriba, es aterrador”, dice.
“Mis hijas nos traen de comer. Los vecinos han venido con galletas para los niños. Todos permanecemos unidos”, asegura.
Algunos hombres salen a tomar el aire y escapar un poco del ambiente cargado del metro.
Vea: Ucrania confirma la muerte de más de 2,000 civiles en los bombardeos rusos
Unos soldados custodian la entrada del metropolitano en medio de la avenida desierta, tan solo transitada por unos cuantos curiosos que quieren ver los restos de la antena bombardeada.
Volodimir Dovgan, un ingeniero informático de unos 40 años, se pregunta qué será de ellos en un futuro más o menos cercano si las calles de la ciudad caen en manos de las fuerzas rusas.
“¿Y si llega un momento en que no tenemos más comida? ¿Cómo haremos? ¿Intentaremos salir corriendo?”, se plantea.