No es músico, pero pasa la mayor parte de las horas de trabajo sacándole sonidos a los silbatos de arcilla que él mismo fabrica, para descifrar un misterio ancestral.
David Banegas, quien trabaja en el Museo de Antropología e Historia desde su fundación, se ha propuesto descubrir el enigma que encierran los pitos encontrados en diferentes puntos del Valle de Sula, como parte de los vestigios de la civilización lenca.
No necesita romper una de esas reliquias para ver las recámaras donde se anida el sonido, pues para ello le bastan los fragmentos que encuentra en los diferentes sitios arqueológicos. Esos pedazos le sirven como modelo para fabricar las réplicas de aquellos instrumentos huecos que usaban los antepasados y obtener sus mismos sonidos.
Cómo lo hace
“Hago una disección del silbato y luego lo dibujo para reconstruirlo conforme al original”, explica Banegas, que se define como un ceramista y dibujante.
En su pequeño estudio del museo se escucha de vez en cuando el canto de un búho, un jilguero o una rana cuando está soplando cada uno de los pitos de su colección.
“Según la forma de los silbatos, así también era, por lo general, el sonido que emitían”, explica Banegas luego de sacarle un sonido triste a un tecolote.
“Todo estaba relacionado con la fauna que había en la zona en aquel período”, agrega.
Los más pequeños tienen un sonido más agudo. Se supone que eran utilizados por los indígenas cuando iban a atacar al enemigo, para infundirles temor.
“Imagínese cómo pudieron sentirse los españoles al escuchar cientos de silbatos sonando al mismo tiempo y ver aquel montón de indios con sus caras pintadas”, dice.
Algunos de los instrumentos que se exhiben en el museo.