26/07/2024
07:17 PM

Medio siglo reactivando el corazón de los relojes

No es de los relojeros que solo saben poner baterías. Dejó la mecánica automotriz por el actual oficio que aprendió con su padre.

    San Pedro Sula, Honduras.

    En su taller del barrio Guamilito, César Guerra maneja el tiempo a su antojo desarmando y armando relojes de todo tipo con la pericia que le da su experiencia de más de cincuenta años en el oficio.

    Tendría catorce años cuando su padre, quien vivía circunstancialmente en Nicaragua, lo mandó a traer para que aprendiera los secretos de esa mecánica en miniatura.

    Había crecido en el barrio La Granja de San Pedro Sula adonde alternaba su tiempo de escolar con los ratos dedicados a jugar “potras” en el desaparecido campo La Blanquita.

    Sobre su mesa de trabajo desarma pieza a pieza el reloj, hasta que solo queda un rompecabezas a la espera de su paciencia y pericia.
    Su padre, de origen salvadoreño, se había visto obligado a emigar a Nicaragua a causa del conflicto bélico entre Honduras y El Salvador, por eso César solo hizo la educación primaria. Sin embargo, por la guerra se convirtió en relojero, porque si las cosas no se hubiesen dado de esa manera, no se hubiera ido también él a Nicaragua a aprender lo que le sigue dando el sustento diario.

    Él y su hermano Óscar, quien también es maestro relojero, se consideran dos de los pocos que ejercen el antiguo oficio en San Pedro Sula.

    Por supuesto que hay muchos más relojeros en la ciudad, pero no todos son capaces de desarmar completamente un reloj desauciado y luego armarlo con paciencia y pericia para dejarlo funcionando como nuevo.

    No es de los relojeros que solo saben poner baterías. Dejó la mecánica automotriz por el actual oficio que aprendió con su padre.
    La mayoría de los viejos relojeros ya murieron, aquellos que reparaban solo relojes mecánicos cuando no habían salido los de cuarzo, dice César Guerra, quien se considera uno de esos relojeros que están en peligro de extinción.

    Lo más complicado es poner el eje de un volante que es como el corazón del reloj. Si este llegara a quebrarse, hasta allí llegó la maquinaria, agrega.

    Un buen relojero también debe tener mucha habilidad para adaptar un rubí en un reloj suizo. No se trata de una piedra preciosa como muchos creen, sino de una piedra muy fina que sirve para que la maquinaria no se desgaste, explicó.

    Actualmente el negocio ha disminuido porque ya no se fabrican relojes mecánicos como antes.
    Su taller, localizado en el área de comedores del mercado Guamilito, está atiborrado de relojes antiguos, de pared y de mesa que muchos clientes le llevan para que él los haga funcionar nuevamente, porque se trata de reliquias muy valiosas.

    Las dificultades que suele enfrentar para repararlos es que ya no se hallan en el comercio piezas para esas maquinarias.

    Todos los días llega a su taller en una vieja bicicleta, desde la colonia Bográn adonde vive con su familia.
    Antes acudía al Bazar Iveth de Tegucigalpa que suplía todas estas piezas, pero desafortunadamente se la llevó el Mitch, comentó.

    César exhibe orgulloso en su relojería, fotografías en las que aparece como integrante de varios equipos de fútbol de veteranos. El balompié es su segunda pasión después de la relojería, de la que no espera separarse hasta que su vista ya más cansada no mire ni con su lupa la fina maquinaria.