El mensaje religioso era interrumpido por el llanto y los gritos de dolor. En la iglesia católica Medalla Milagrosa, las palabras de consuelo del sacerdote se escuchaban entre los gemidos desgarradores de madres, esposas, hermanos, amigos y vecinos de las víctimas masacradas en el taller de zapatería el pasado martes.
“En momentos como éstos se mezclan la impotencia, el odio y la cólera, pero quiero que no se dejen invadir por esos sentimientos. Amen a sus enemigos y confiemos en que un día habrá justicia verdadera”, expresó el párroco Orlando Gonzales.
El mensaje lo dio en la misa de cuerpo presente de Julio Alexander Varela Ortiz, 22, Fernando Moisés Velásquez Chávez, 16, Mario Roberto Alberto, 16, José Ismael Chávez Sánchez, 33, Darwin Alvarado, 17, Jimmy José Fúnez Almendárez, 20, y Mauricio Aquino Pérez, 17.
Todos muy amigos y queridos por los residentes del barrio Cabañas, donde creció la mayoría de ellos.
Sin resignación
A pesar de las palabras y citas bíblicas ofrecidas por el religioso y de los cantos con mensajes de paz, los dolientes no encontraban resignación. Frente a ellos estaban los siete ataúdes de sus seres amados.
“Es un momento muy duro; oren por quienes los injurien y, en vez de ser enemigos, nos convirtamos en hermanos.
Lo que sucedió es un grito de lo que ocurre en casi todos los barrios”, manifestó el religioso.
Minutos después tomó una palma y agua para bendecir cada féretro.
Fue una mañana de dolor. Uno de los momentos más dramáticos fue cuando empezaron a mencionar uno a uno los nombres de las víctimas para que sus cuerpos empezaran a salir de la iglesia. Se acercaba el momento del último adiós.
Aunque varios de los acompañantes vestían camisas de equipos de fútbol de la Liga Nacional, no se trataba de una caravana de festejo, sino de la caravana al sepulcro.
Turismos, carros de paila, rapiditos y buses eran ocupados por cientos de personas que se dirigían a los cementerios La Puerta y Los Laureles. Al llegar al camposanto Los Laureles, las familias se unieron en oración y dolor. Una vez más pedían a las autoridades que limpiaran la imagen de sus seres amados. “Justicia, justicia”, gritaba un grupo de jóvenes amigos de las víctimas.
“Es vergonzoso lo que ha sucedido. Exigimos justicia porque ellos no eran delincuentes, eran hombres trabajadores”, expresó uno de los amigos.
La hora más crítica para los dolientes llegó al empezar el entierro colectivo. El primero en ser sepultado en Los Laureles fue Julio Alexander y junto a él quedó el cuerpo de Mario Roberto y José Gustavo Cardona, quien fue velado en Chamelecón.
José Ismael y Fernando Moisés, tío y sobrino, fueron sepultados junto a sus amigos, pero los dos quedaron en la misma fosa. “Ismael, esto no es un adiós, es un hasta pronto. Te amamos”, decía un cartel pegado al féretro.
Unos metros adelante, casi al mediodía, le dieron el último adiós a Jimmy José.
Desconsuelo en La Puerta
Mientras tanto, en el cementerio La Puerta otros tres cuerpos eran enterrados. El primer féretro en llegar fue el de Jorge Alberto Oyuela, 44, iba cargado por los miembros del grupo cristiano de danza y alabanza Corros. Él era líder juvenil en la iglesia Ebenezer y coordinaba las danzas.
Si no hubiese ocurrido este abominable crimen, habría contraído matrimonio hoy con su amada Jessenia Castejón, que no podía contener las lágrimas al ver por última vez a su prometido.
“Ojalá pudiera devolver al tiempo para poderte ver de nuevo”, fue una de las frases escuchadas en los cánticos.
“Todos admirábamos las energías que tenía el hermano Jorge cuando de danzar e ir a la iglesia se trataba”, dijo uno de los amigos del fallecido. Kenny Ortez, amigo de infancia de las víctimas, dijo que “no eran delincuentes los que murieron, eran inocentes que merecen respeto”. En ese mismo camposanto quedaron los cuerpos de Darwin Alvarado y Mauricio Aquino Pérez, ambos de 17 años. Para José Vidal Pineda, celador del cementerio La Puerta, ayer fue un día diferente.
Le sorprendió que en sus cuatro años de laborar para este camposanto nunca había sepultado a tantas personas en un solo día.