Reina Fúnez viaja desde hace 33 años de Nueva York a San Pedro Sula con un solo objetivo: ayudar a más de 100 familias con una provisión de comida al año.
Su preparación dura 12 meses y con fondos propios y colaboración de algunos compañeros de trabajo realiza una fiesta en su casa de habitación en la colonia Louisiana en San Pedro Sula para entregar las provisiones y llevar su testimonio de fe a quienes más lo necesitan.
La casa de Reina tiene una amplia galera que ella y sus colaboradores han acondicionado con suficientes sillas. Al fondo hay mesas cubiertas de grandes recipientes con pollo, arroz, pan y ensalada que servirán para dar de cenar a los beneficiados antes de la entrega de las provisiones. Detrás de las mesas hay un altar religioso.
Mujeres y niños forman la mayor parte del numeroso grupo que ha venido hoy a recibir ayuda y celebrar. Las pláticas de los vecinos se confunden con las risas de los niños. Junto al portón, los organizadores reciben a la gente que sigue llegando.
“Lo que nos da nos ayuda muchísimo”, dice a LA PRENSA Dolores Bonilla, quien acompañada por su hijo menor espera, al igual que otras 400 personas, compartir la cena y llevarse a su hogar una bolsa con productos de la canasta básica.
En este mes de junio, Reina, su hija menor Jenny, un grupo de amigas y colaboradores emprendieron la tarea de hacer felices a 400 habitantes de una de las colonias que no tienen calles pavimentadas y donde muchas veces las
aguas residuales recorren las vías por las que diario caminan cientos de niños y niñas.
A veces, uno quisiera tener más para poder ayudar a otros, pero vamos poco a poco con lo que Dios nos da porque nace del corazón Reina Funez/Altruista
|
Sumado a esto, los últimos crímenes en esa zona la han estigmatizado como una de las más peligrosas de San Pedro Sula, pero estas estadísticas no le dan miedo a Reina porque sabe que su labor no se terminará por las malas noticias.
En un inicio regalaba juguetes, pero después se dio cuenta de que las necesidades eran más fuertes y cambió las muñecas o carros por una provisión que va desde arroz, café, frijoles, aceite y harina hasta leche.
“Me gusta compartir con los vecinos. A veces, uno quisiera tener más para poder ayudar a otros, pero vamos poco a poco con lo que Dios nos da porque nace del corazón”, dice Reina, mientras ella y sus colaboradores organizan a los grupos de personas que irán desfilando poco a poco en medio de las sillas para recibir su cena.
La galera está colmada de gente. Hay pequeños grupos dispersos en la calle de enfrente. Antes de servir la comida, todos oran para dar gracias.
Cuando la oración acaba, Reina les dice a los vecinos que los niños serán los primeros en recibir la cena. “¡Primero los niños de la fila del frente!”, exclama, “¡después los de las siguientes!”.
Reina Funes y su hija Jenni compartiendo comida con sus vecinos.
|
Reina emigró a Estados Unidos hace 36 años y desde entonces reside entre Nueva York, Honduras y Ecuador; de este último lugar es originario su segundo esposo Manuel Rocano, quien la ha apoyado para seguir ayudando a
los que más lo necesitan.
Durante 12 meses se prepara con sus hijos y compañeros de trabajo para destinar lo recolectado a los niños de Honduras, Ecuador y la Teletón de Nueva York.
“En cada niño que veo le doy gracias a Dios porque tengo mis cinco hijos y mis ocho nietos y porque están sanos. Uno ve otras necesidades. No es que sea millonaria. Yo me siento feliz de poder compartir un poco de lo que Dios me da”.
No es que sea millonaria. Yo me siento feliz de poder compartir un poco de lo que Dios me daReina Funez |
tiene. Eso es lo que me hace más feliz”.
A Reina le encantaría que más hondureños en Nueva York se unieran para ayudar a otros compatriotas que no tienen nada. Ella considera que si varios pusieran un granito de arena, detendrían la delincuencia.
“Hay mucha delincuencia vinculada a la pobreza. Hay niños a los que les ofrecen 10 lempiras o un refresco y lastimosamente van cayendo en cosas en que no deben caer y eso da pena y dolor”.
Lo que nunca imaginó es que lo que inició hace 33 años en el barrio Cabañas se convertiría en una acción que cada año realiza en tres países. 'Mis hijos son felices porque me siento feliz. Le pido a Dios que el día que yo parta, más de alguno herede lo que yo comencé y me enseñó mi abuela”.
Mientras habla, su hija y sus colaboradores siguen ordenando el reparto. “¿Ya comieron todos los niños?”, preguntan. Ahora es el turno de los demás. Los adultos de la primera fila se ordenan en el estrecho espacio entre las sillas para recibir la cena. Los niños ya están comiendo, algunos sentados en el regazo de sus mamás, otros de pie.
Falta poco para que los vecinos reciban su bolsa de provisiones. La gente sigue acudiendo y da igual que el cielo anuncie tormenta. Reina sigue repartiendo la comida a sus vecinos y nos dice: “Soy una persona de fe y me dejo guiar por la sabiduría divina”.
Los primeros en comer siempre son los niños y niñas.
|