Como un homenaje al poder transformador de los libros que nos permiten viajar sin cambiar de lugar, así comenzó la presentación de la obra Quibaripanta, del escritor hondureño Manuel de Jesús Pineda, catedrático de la carrera de Letras de la UNAH-VS. Lo acompañaron la Coordinadora de la carrera de Letras, Lesvia Madrid y Déborah Ventura, también catedrática. El evento tuvo lugar en el auditorio 2, del edificio 5. Asistieron catedráticos y alumnos del campus de Cortés.
Un libro que evoca tanto la preocupación como las vivencias de su autor y que condujo a crear un entorno con personajes que llevan a la reflexión de la realidad humana y su origen. Enfocado en la defensa de la naturaleza, la tierra y su diversidad, se ambienta en la Ciudad Blanca (Kao Kamasa), un mítico reducto inexplorado que posee un valor inigualable por albergar una cultura precolombina, también se le conoce como Ciudad perdida del dios Mono.
Los primeros atisbos sobre la obra presentada surgieron hace 22 años, cuando el escritor observó la invasión a la zona boscosa de La Mosquitia. Su preocupación se trasladó a la literatura mediante un escrito en el cual podía alzar la voz en contra de los colonos cuyo afán de obtener riqueza les imposibilita a los nativos razonar sobre el deterioro del lugar y de sus familias indígenas que se han establecido en esta área desde tiempos inmemoriales; sin embargo, ciertas eventualidades lo llevaron a postergar la culminación de esta obra hasta que finalmente se publica en 2024.
Es importante aludir a los distintos elementos de la toponimia indígena para construir los personajes. Además de su carácter literario, es una obra que promueve el conocimiento de las culturas indígenas muchas veces olvidadas. Manuel de Jesús se ha encargado de rescatar esta cultura de tradición oral, dada su vocación de investigador. Como lingüista ha convivido y observado la historia que hay detrás de las etnias hondureñas.
A lo largo de la obra se observan recursos estilísticos como la metáfora que el escritor usa para ejemplificar la capacidad humana de regenerarse. Además, una alegoría a la renovación moral a través de obstáculos que permiten discurrir sobre quiénes somos y de dónde venimos mediante un enfrentamiento con la realidad, lo que finalmente conlleva a un rescate de las tradiciones indígenas en Quibaripanta.
La obra, en primera instancia, pretende capturar al lector joven, por lo que se observa un lenguaje fluido y una construcción de oraciones simples que permiten ser interpretadas por adolescentes y niños; no obstante, cumple los requisitos para atraer a un público adulto. La concepción de una obra para un público joven también radica en la necesidad de crear conciencia en quienes se consideran la esperanza del futuro, ya que “Son los únicos seres que pueden convencer a los suyos. Tienen la inocencia que es una voz interior. Todavía creen que el bien está en todo... Todavía no saben de mentiras y engaños, ni de avaricia ni egoísmo”, Quibaripanta, (p. 16).
La asociación de la tradición oral con la obra literaria se manifiesta en personajes como Balaguira, la dueña de la naturaleza; Gilgarapis, el duende; el tracatraca, nombre onomatopéyico del cadejo debido a que se presume que los huesos le truenan; Yari o el río Coco; Tibi, antiguo caserío de San Pedro Sula; Tigni, un poblado en Gracias a Dios, entre otros.
Las leyendas populares muestran a estos personajes como seres malignos; no obstante, en el libro se muestran como protectores de la tierra y es que la sabiduría indígena ancestral cree fervientemente en lo que les rodea. De hecho, el escritor mencionaba el rito de La Compostura en la cultura lenca donde rinden tributo a sus recursos, además, piden permiso o perdón sobre el posible daño que cause cortar un árbol o talar un predio para cultivo. De ese respeto por el medio ambiente se deduce el equilibrio que existe entre la cultura indígena y la naturaleza, y que la población mestiza es incapaz de ejemplificar.
El mensaje de esta obra es cuidar aquellos sitios que sirven de refugio a las etnias hondureñas y evitar que intrusos “civilizados” sigan extinguiendo su cultura, su lengua y la naturaleza que les rodea. Para finalizar la presentación del libro, su autor enfatizó sobre la excelente opción que constituye para una lectura en las aulas de clase dentro de la asignatura de Español donde también ampliarán el conocimiento sobre topónimos indígenas desaparecidos en el tiempo de la colonización española al cambiar esos antiguos nombres de ciudades por nombres de santos.
En el caso particular de Quibaripanta, alude a un sitio real que existió en el departamento de El Paraíso, por lo que podemos considerarlo un sitio real trasladado a la literatura para despertar un sentimiento de protección a la naturaleza por parte de las nuevas generaciones.