A fuerza de machucones y de regaños de su marido, Yahaira Cálix aprendió a desarmar, reparar y armar toda clase de llantas, llegando a adquirir tal habilidad, que ahora es ella quien le enseña a su compañero.
Cuando llegan a su negocio del barrio Santa Anita, clientes que no la conocen le piden que llame al llantero para que les dé el servicio. “No me tienen confianza porque soy mujer, insisten que llame a un hombre, pero después se dan cuenta que trabajo mejor que cualquier llantero”, dice la mujer.
Estaba estudiando en el Instituto José Trinidad Reyes cuando conoció al que luego sería su marido y quien le enseñaría el rudo oficio que por lo general está reservado para los hombres.
Dice que nunca le ha hecho mala cara al trabajo. Cuando vivió en El Carmen siendo una niña, se levantaba a las cinco de la mañana a moler maíz para ayudar a su madre quien se dedicaba la venta de tortillas. “Después que juntas hacíamos aquellos rimeros de tortillas, mi mamá me mandaba a venderlas a la calle”, recuerda.
Con Rigoberto Pineda ha procreado tres hijos que viven de día en la llantera El Chele, bautizada así porque con este nombre es conocido su propietario. Los mayores Josué Roberto de 16 años y Elizabeth Yahaira de 11 años, también ayudan a reparar llantas cuando no están en sus centros de estudios.
Aunque la familia está construyendo una casa en el sector de El Ocotillo, han hecho del taller su hogar. “Aquí cocinamos y comemos, la casa solamente la ocupamos para ir a dormir”, dice Yahaira Cálix.
Manifestó que antes de las 7.00 de la mañana ya están en la llantera y se van al anochecer para El Ocotillo en un carrito de paila, propiedad de la familia.
Comenta que su hija ya puede reparar las llantas, pero solamente lo hace cuando hay demasiado trabajo en el taller. El mayor también es todo un experto, pero los padres quieren que mejor dedique su tiempo a los estudios, hasta obtener un título universitario. “No queremos que vivan de esto, aunque es un trabajo rentable y decente”, dice la dama de 29 años.
El único que no colabora es el pequeño Rigo Alexander, chele como su padre, que sólo pasa haciendo travesuras como cualquier niño de tres años.
Los domingos Yahaira deja las llaves de rueda, el compresor y las máquinas con que desarma a presión las llantas para tomar la escoba, el trapeador y la estufa en su casa de El Ocotillo.
Más maña que fuerza
Para Yahaira Cálix, no son las llantas pesadas las más difíciles de reparar, sino las de las motocicletas Vespa, ya que el ser tan pequeñas no le permiten mucho espacio para hacer su trabajo.
También las llantas blindadas que usan los carros de seguridad, no dejan de presentar dificultades a la hora de repararlas porque la pestaña que va pegada al rin es más dura por ser acerada, dijo.
Más que fuerza lo que se necesita es maña para lidiar con las llantas difíciles, según dijo.
Lo más chiche es cambiar una llanta, sobre todo de los carros pequeños, sin embargo son contadas las mujeres que pueden hacerlo. Siempre piden auxilio a los hombres cuando se punchan.
Relató que cierta vez frente a útiles de Honduras, encontró a una dama afligida porque se dio cuenta que tenía una llanta pinchada. “Cuando me ofrecí a ayudarla se me quedó viendo de pies a cabeza como diciendo: usted que sabe de esto”. Sin embargo, accedió porque no había nadie más que quisiera sacarla de aquella situación.
Después que Yahaira Cálix le cambió la llanta desinflada por la de repuesto en un dos por tres, aquella dama arrancó su carro con una sonrisa, mezcla de felicidad y de asombro.
Manos de hierro
Dice Yahaira que el oficio lo aprendió “por obligación y por necesidad”. Comenzó una vez que su marido estuvo encamado, porque se hizo una herida en el pie y ya se le estaba gangrenandose.
Una vez que él se recuperó terminó de enseñarle, pero lo hacía regañandola cuando no hacía bien las cosas. “Ahora más bien yo le enseño”, se jacta sonriente.
Las manos se le fueron haciendo de hierro a puros golpes y amordazones, dice ella. No faltaron los porrazos en la cabeza cuando ella se arrastraba debajo de un carro tratando de colocar un gato.
Recuerda que una vez llegó un busero sofocado a que le reparara una llanta “porque tenía el tiempo mamado”.
Tanta era la prisa del chofer que antes que ella terminara de colocar la rueda le dio una patada a esta para que terminara de afianzarse con tan mala suerte que los dedos de la dama quedaron amordazos entre el rin y la bufa.
El hombre se fue tranquilo diciendo: “no fue nada”, mientras ella quedaba llorando sentada en la banqueta con un dedo estallado. “Ahora ya no me quejo, los dedos ellos solos se curan”, dice.
Su esposo es el “mil usos” en la llantera familiar
“Yo soy el famoso Chele”. Ese fue el saludo de presentación de Rigoberto Pineda, el marido de Yahaira Cálix con quien comparte los trabajos en la llantera que bautizó con su apodo.
“Aquí yo soy el mil usos, porque no solamente reparo las llantas sino que también le hago a la electricidad, a la soldadura y a la fontanería”.
Dice que aceptó que ella se dedique también a reparar llantas porque necesitaba a alguien de confianza que le ayudara.
“No me gusta mucho que lo haga porque se golpea”. Además no falta quien le lance uno que otro piropo porque no saben que es su compañera, aunque eso no lo pone celoso, dice.
“Si la mujer lo va a traicionar a uno lo va a hacer enfrente o detrás de uno”, dijo el hombre de 38 años.
Manifestó que cuando esos clientes se dan cuenta que la mujer de ojos color de miel es la mujer suya, se ponen rojitos de la vergüenza.
Sin embargo, no la manda a la casa porque es mejor que esté ocupadita en vez de que pase hablando o chateando por un celular, según dijo.
Lo que no permite es que su compañera le ayude en los trabajos de soldadura porque no quiere que se queme su lindos ojos.
Comentó que siendo cipote empezó a aprender el oficio, viendo como trabajaban en una llantera. Después el abuelo, que era como su padre, le dio trabajo en su propia llantera. Finalmente el “Chele” se quedó con el negocio, que ahora está ubicado en el barrio Santa Anita de San Pedro Sula, donde la familia se siente más unida porque allí pasan la mayor parte del tiempo.