La mayor fabuladora de novelas románticas no tuvo una vida en rosa: dura y pragmática, se separó de su marido a los tres años de matrimonio y nunca rehizo su vida sentimental. Durante años, su esposo le siguió enviando cartas. Ella jamás las abrió. Al morir él, las quemó sin leerlas. 'Yo nunca he dicho ‘te amo', confesó años después.
Corín Tellado, la maestra del género rosa en castellano y autora de una gigantesca obra literaria de temática sentimental que sedujo a varias generaciones de mujeres durante más de medio siglo, no logró en sus casi 83 años de vida la dicha amorosa que transmitió en las más de 4 mil novelas que publicó semanalmente durante 53 años hasta su fallecimiento en Gijón, Asturias, el pasado 11 de abril.
Su vida amorosa fue la única trama argumental a la que nunca quiso ponerle un final feliz. Ni hubo reconciliación ni volvió a rehacer su vida sentimental con otro hombre. Ya octogenaria, confesó: 'Me olvidé de vivir'.
Jamás cayó rendida a las pasiones que promovió. 'Nunca estuve locamente enamorada. Quise apaciblemente'. Y también: 'No he sufrido nunca ese amor ardiente y arrebatado'. La autora no fue el prototipo de mujer sentimental y romántica al uso, sino una persona de carácter recio, aguerrida y pragmática, por más que latiera la nobleza de un ser sensible: 'Soy realista', confesó en julio de 1987.
'Me emocionan las cosas reales, las que palpo, las que tienen vida. No me seducen las puestas de sol, ni las estrellas, ni la luna llena. Yo nunca he dicho ‘te amo’, ‘te quiero’, ‘vida mía’. Sólo lo sugiero en las novelas para que se emocionen otros. A mí me conmueven los animales, los prados, las personas, la roca viva, los acantilados'.
María del Socorro Tellado López ya era Corín Tellado cuando conoció a su futuro marido y padre de sus dos hijos. La escritora descubrió a quien creyó que iba a ser el hombre de su vida en el verano de 1958 en Gijón.
Domingo Egusquizaga, delegado comercial de una compañía vasca, había acudido a la Feria Internacional de Muestras de Asturias. La escritora tenía ya 32 años y llevaba 12 publicando una producción novelística de entrega semanal en la que sublimaba las relaciones de pareja. Domingo era, según Corín, 'guapo, bien plantado, limpio, dicharachero... Era el hombre perfecto'.
Aunque nacida a orillas del Cantábrico, la escritora quiso que su boda se celebrara en las montañas de Covadonga. La relación se demostró fallida de inmediato. Ya durante el viaje de novios intuyó que su matrimonio había sido una equivocación.
'Qué gran error. No pegábamos ni con cola. Él hubiera sido feliz con otra mujer, y yo lo hubiera sido con otro hombre, pero juntos éramos un fracaso como pareja. No teníamos nada en común'. El matrimonio siguió resquebrajándose con la convivencia diaria.
Un año después de la boda nació la hija mayor, Begoña, y un año más tarde, el varón, Chomín. Pero Tellado toma en 1962 una decisión radical para la época: impone la separación y se queda con los niños. A Tellado, que ya publicaba en la revista Vanidades, le propusieron mudarse a Florida, pero optó por quedarse en Gijón.
Las causas de su fracaso matrimonial fueron varias. 'Yo era mucha mujer', comentó en 1987. Años después fue más explícita: 'Yo quise mucho a mi marido. Era guapo y buena persona, pero era un fastidio. No era un hombre malo, pero su carácter era fastidioso, reñía, era un cascarrabias'.
La separación se produce en un momento cumbre de la escritora. La Unesco acababa de proclamarla como el segundo autor en castellano más leído en el mundo, sólo tras Cervantes.
Amén de sus novelas semanales para la editorial Bruguera, seguía publicando una historia quincenal en Vanidades y en 1962 aparecieron las fotonovelas Corín Ilustrada.
Se levantaba a las cinco de la madrugada y se encerraba con un café y una cajetilla de cigarrillos mentolados Kool en el despacho, donde tecleaba en una Hispano-Olivetti 50 hasta la hora de la comida. Cuando terminaba una novela ya había concebido la siguiente.
La relación con su marido ya no se recompuso.
Hace 22 años que durante años siguió recibiendo cartas, pero que nunca las leyó ni las abrió. Y el mismo día que le notificaron su fallecimiento, las quemó. Como un trasunto de sus relatos, donde también aparecen mujeres de carácter, incluso adelantadas a su época, pero constreñidas por el ambiente pacato de la época, ella no fue una excepción.
Aunque rompedora con su conducta, se puso el mundo por montera como mujer emancipada, triunfadora en su oficio, separada y que ya en los cincuenta circulaba por Gijón en una Vespa cuando era insólito ver una mujer en moto -'me importaba un rábano lo que dijeran de mí'-, hubo fronteras que nunca se atrevió a cruzar.
El caso es que no se permitió una segunda oportunidad: 'Soy mujer de compañero, pero fallé una vez y eso me marcó'.
Sólo al final de su vida comentó que fue víctima de una época sin libertades. 'Lamento no haberme casado otra vez. Pero nunca me divorcié. Cuando pude hacerlo, no existía el divorcio en España, y cuando se legalizó, el sol había pasado ya por mi puerta. Creo en el matrimonio'.
Capaz de combinar la causticidad con la ternura, la nobleza con el coraje y la apariencia de frialdad con el afecto profundo, Tellado era de trato directo y frontal y ocultaba su verdadera personalidad bajo la impronta de un genio vigoroso:
'Doy la impresión de ser mujer fría y distante, y aparentemente tengo mal carácter, pero sólo aparentemente. La gente que me conoce bien sabe que no es cierto. Lo que sí tengo es temperamento, eso no lo puedo negar, pero eso no es malo. No hubiera llegado aquí sin ese temperamento'.
Sólo en contadas ocasiones admitió haber sufrido: 'La gente piensa que Corín Tellado es un portento y que vive divinamente, pero no, he sufrido, he llorado... He puesto en las novelas un sentimiento muy común, muy cercano y por eso nunca me extrañó que las chicas me leyeran con tanto entusiasmo'.
Tellado fue una mujer que aspiró a ocultar sus debilidades. Sus primos y vecinos la recuerdan de niña como una muchacha muy tímida que superaba sus complejos adoptando una actitud de rebeldía.
Aquella Socorrín y única mujer de cinco hermanos halló en las travesuras infantiles la vía de superación de la timidez congénita y la forma de dar cauce a su imaginación.
También mantuvo su afán lector: su debú como escritora, cuando estaba a punto de entrar a trabajar en una zapatería para contribuir a la economía familiar, fue producto del desafío y la emulación.
Corín, que empezó a escribir relatos por las noches mientras velaba a su padre en el lecho de muerte, en 1945, redactó su primera obra para demostrarle a uno de sus hermanos que era capaz de escribir mejor que él. El librero gaditano al que compraba libros gestionó la publicación de su primera novela.
Fue en 1946. Tenía 19 años y aquello cambió su vida. La muerte del padre había dejado a la familia en una situación económica maltrecha, y Corín había tenido que renunciar a seguir estudiando.
Un contrato con Bruguera sólo un año después, en 1947, es el espaldarazo.
La editorial le encarga un título a la semana. 'El amor no era nada para mí cuando escribí mi primera novela. Allí le eché imaginación. Yo no sabía nada de hombres ni de amores. Pero desde aquel día nunca me faltó un sueldo'.
Con los primeros ingresos se permite en 1948 una visita a Asturias.
Lo que iba a ser una estancia breve se convirtió en definitiva: 'Nada más apearme del tren reencontré aquella parte de mí misma que había quedado atrás y supe que éste era mi sitio y mi tierra'.
Corín mantiene su febril actividad de escritura en Gijón. Luego llegaron el noviazgo, la boda, los hijos y la separación.
El ritmo incesante de producción literaria se acelera. No terminaba una novela cuando ya estaba pergeñando la siguiente. Nunca se detuvo.
Ya no se la conocen nuevas relaciones afectivas aunque más de una vez declaró: 'Hay cosas de mi vida que sólo yo conozco y que nadie sabrá jamás.
Mi verdadera vida no se la digo ni se la diré a nadie. A nadie'.
Con la llegada de la democracia y la superación del género rosa tradicional por los nuevos vientos de la libertad, Tellado evolucionó sus propias novelas y pulsó otras temáticas. En 1979, bajo el seudónimo de Ada Miller, publicó 26 novelas eróticas de bolsillo, pero no se sintió cómoda en el género.
Pero el cambio social en España es arrollador y su novelística, sin llegar a desaparecer, sufre una merma. Ha dejado al menos dos novelas acabadas y el miércoles 8, tres días antes de su muerte, acabó de dictar la última historia para Vanidades.
La escritora, que acumuló un apreciable patrimonio, repartió sus bienes en vida entre sus hijos y vivió en los últimos años de una pensión y de los derechos de autor. La última reunión familiar se había producido el Viernes Santo, la víspera de su muerte.