El tiempo parece haberse detenido en un viejo taller del barrio Guamilito en el que los libros que llegan destartalados salen elegantemente vestidos.
Se trata del taller San José, pionero en el arte de encuadernado y empastado, el cual ha visto pasar la historia a través de tantas publicaciones que le ha tocado restaurar a su personal.
Dos hombres se fajan a diario realizando las diferentes labores que conlleva el proceso de esta rama de las artes gráficas, tan vieja como la imprenta.
Uno de ellos es José Raúl Mejía quien a los 13 años encuadernó y empastó por primera vez un libro en forma artesanal y lo sigue haciendo después de casi medio siglo en ese mismo taller instalado en una casa de 80 años.
Gracias a su trabajo, Mejía se ha aficionado a la lectura, pues mientras restaura las publicaciones, puede darse el tiempo de pegarles una rápida ojeada. “Este libro era prohibido en la década de los 80”, dice mientras termina de empastar el libro Destacamento rojo del escritor hondureño Ramón Amaya Amador. Por sus manos han pasado los más viejos ejemplares de los principales periódicos del país porque le ha tocado recopilarlos en anuarios para organizar las hemerotecas de las casas editoras, desde el Correo del Norte hasta Diario LA PRENSA.
Pese a la avalancha de tecnología que ha invadido el campo de las artes gráficas, el encuadernado y empastado artesanal se resiste a desaparecer en la ciudad, donde subsisten unos cuatro de estos talleres.
Los bancos, que antes solicitaban los servicios de estos expertos para archivar sus estados financieros y otros documentos privados, han dejado de hacerlo porque ahora los guardan en sus sistemas computarizados.
Como esos documentos contienen datos secretos de la institución, no los mandaban a los talleres sino que los empastadores iban al banco a hacer su trabajo, refirió Mejía.
A Mejía lo acompaña en el taller, Marco Tulio Montoya, quien se ha especializado en estampar, con letras doradas, las carátulas de las obras que son empastadas. Esta es una de las labores más complicadas de las artes gráficas porque se trabaja con los viejos tipos de plomo, en una máquina de estampado en caliente, cuya temperatura hay que saber regular.
Pacientemente Montoya arma los títulos que serán estampados en las portadas de los libros, con las letras de plomo. No se entintan como en las imprentas, sino que se usa una cinta de papel oro que la máquina presiona contra la pasta del libro para dejar estampadas las letras.
Estos expertos de las artes gráficas son capaces de hacer empastados en cuero de oveja o de tallar figuras en portadas de madera, pero estos trabajos rara vez son solicitados por lo costoso que resultan.
El taller fue fundado en 1928 por el fallecido tipógrafo, Antonio Galindo, quien lo heredó a su hija Alicia, su actual administradora. Inició en otro local y hace cinco años se trasladó al lugar donde sigue con el mismo ímpetu de sus inicios.
Sus principales clientes han sido los abogados desde aquellos tiempos en que escribían sus protocolos a mano y necesitaban empastarlos. No había aparecido el papel sellado.