Todas las tardes, Modesto González, un hombre de 95 años, se sienta bajo la sombra de un viejo árbol de ceiba. él es uno de los testigos de la tragedia que marcó la historia de esta comunidad.
“Después que el río arrasó con el pueblo, la gente sembró una estaca de ceiba para amarrar los caballos, pero se pegó y ahora este ceibón tiene 68 años”, dice don Modesto, quien además de su vitalidad física, hace gala de un agradable sentido del humor.
El 7 de junio de 1934 es una fecha que no olvidan los viejos y no desconocen los jóvenes.
Todos saben la historia de la destrucción de este poblado y cómo muchas personas se salvaron al refugiarse en la iglesia que, como en el día de la tragedia, aún permanece en pie.
Sobrevivencia
Todavía se pueden apreciar algunas secuelas de los estragos de la naturaleza.
Don Modesto nos cuenta de casas y personas que viven sólo en su memoria.
“Por aquel lado de la iglesia estaba la casa del papá del doctor Villeda Morales. Yo tenía 22 años cuando el río se salió; para el tiempo de la guerra me fui para Esquipulas”.
Frente al árbol de ceiba vive Delia del Carmen Jovel, una mujer de 72 años, quien también es depositaria de esta historia.
“Nací el 14 de julio de 1934. Mi mamá casi muere, pero mi abuelo la salvó. Casi no nazco para contar el cuento. Dicen, mi abuela nos contaba, que en esos días llovió bastante. Arriba en la montaña el agua se estancó y se hizo presa que después se reventó y trajo piedras y lodo. El jefe del cuartel dejó las puertas libres para que los presos salieran. La gente se refugió en la iglesia y así se salvaron”.
Doña Delia dice estar orgullosa de haber nacido en Antigua Ocotepeque y nos comenta que el pueblo está creciendo.
En las calles de tierra se ven pocas personas, pero la iglesia de San José es una de las más visitadas de la zona por la historia y lo que representa para esta comunidad.
Rescate
Las casas alrededor de la iglesia cedieron a la avalancha de lodo y piedra, “allí, al frente de la iglesia, tenía casa mi abuela, pero todo se perdió. Sólo quedaron con la ropita que andaban puesta”.
Luego de 72 años, este edificio religioso luce renovado.
Desde hace dos años se han hecho trabajos para devolverle su vitalidad.
El techo está totalmente reparado, las paredes exteriores e interiores muestran un blanco resplandeciente.
Aún faltan algunos detalles en los altares, pero en general este monumento arquitectónico es una muestra viva de la actividad diligente de los habitantes de Antigua Ocotepeque.
Doña Carmen cuenta que la gente encargada de la obra llevó el reloj antiguo del campanario para repararlo, pero “hasta esta fecha no lo han regresado”.
Para contribuir con las reparaciones, los feligreses han realizado rifas con el fin de recaudar fondos.
En su interior, la imagen de San José domina el altar hasta el cual llegan los feligreses el 30 de noviembre, día del santo y en fechas normales.
La fachada del edificio está dividida en cuatro secciones.
Modesto González es uno de los habitantes de mayor edad.
Igual número sobresale en la segunda sección.
Una amplio arco domina estas dos secciones.
Las dos torres de los campanarios se dividen en tres partes y para ascender hasta lo alto se debe subir por unas escaleras interiores en forma de caracol.
Legado
Esta comunidad es un referente importante de la historia del país.
Es un sitio donde se alza una de las construcciones católicas de mayor riqueza arquitectónica y también una región donde habitan descendientes chortís.
En sus próximas visitas al occidente del país no deje de visitar Antigua Ocotepeque, sus habitantes le esperan.
Son conversadores, conocen su historia y la comparten con quienes tienen interés por conocer los sucesos que han amenazado la sobrevivencia de este pueblo.
Lo dijo
“Este pueblo ha sufrido, pero seguimos en pie. De aquí no nos vamos. Poco a poco se ve el crecimiento, aunque a veces parece que estamos olvidados”
Delia del Carmen Joven
Vecina