Sus oficios están en peligro de extinción debido a la crisis económica y la baja clientela. Sin embargo, esto no es obstáculo para seguir adelante con sus negocios, porque los tres opinan que el esfuerzo ha valido la pena porque han sacado adelante a su familia, se independizaron y brindan empleo a otras personas.
Estos pequeños empresarios se consideran apasionados de que lo hacen y están seguros de que no cambiarían su actividad laboral por ninguna. Su clave, dicen, es tratar bien al cliente y hacer el trabajo con creatividad y esmero para entregar un buen producto. La perseverancia ha sido su mejor arma para alcanzar sus metas.
Gracias al apoyo de sus familias y la preferencia de sus clientes, cada día es un reto al que se que enfrentan para sobrevivir en este negocio.
Creatividad y estilo en todas sus prendas
El maestro sastre Carlos Díaz llegó a esta ciudad a los 17 años, cuando era un joven lleno de ilusiones y deseos de prosperar. Su primera oportunidad fue la sastrería y desde entonces ha sido su pasión y lo ha provisto de ingreso económico. Desde 1975 laboró en varias sastrerías de la ciudad. Han pasado 31 años desde entonces.
Siempre quiso tener su propio taller y hace 25 años lo hizo realidad. La sastrería Charle’s es hoy una de las más conocidas y su nombre es insignia de la sastrería de nuestra ciudad. Díaz señala que ha tenido muchos obstáculos, especialmente los económicos, pero nada le ha impedido salir adelante.
Se caracteriza por ser visionario y emprendedor. Con su familia se ha empeñado en lograr sus sueños cada día hasta convertir su sastrería en una tienda exclusiva para caballeros, que ofrece a sus clientes camisas, fajas, relojes y corbatas importadas.
Charle’s también le brinda a su clientela la comodidad de encontrar en el mismo lugar la tela que desea para confeccionar su traje, camisa y gemelos.
El maestro sastre dice que este oficio está perdiendo importancia y ahora los jóvenes no optan por ella como una actividad laboral.
Su anhelo es seguir poniendo en alto el oficio al que por años se ha dedicado.
“La sastrería en otros países tiene más relevancia que la de aquí”, expresa.
Con su taller ha dado empleo a otros sastres que le han pedido oportunidad. Algunos inexpertos y otros con experiencia, le han ayudado a engrandecer este digno oficio.
57 años embelleciendo las viviendas de los sampedranos
Con su voz llena de recuerdos, Rafael Maldonado relata cómo la ebanistería ha sido el sostén de su familia.
A los catorce años le dijo a su mamá que quería aprender un oficio, ya que no tenía medios para asistir a la escuela. Primero intentó con la zapatería, pero, como dice el dicho, “zapatero a tus zapatos”. No le gustó.
Con un esbozo de sonrisa, repite: “No me gustó, sólo fui un día para aprender y al llegar a la casa le dije a mi mamá 'no voy a regresar’”. Pensó que no era un trabajo limpio y la mala experiencia de que el primer zapato que tuvo en sus manos despedía muy mal olor no lo dejó con deseos de volver.
Vivía en Comayagüela. En esa época había una carpintería cerca y decidió intentar en ese rubro. Inició como todo inexperto. Primero sólo acarreaba madera, pero demostró interés en aprender y pasó a ser ayudante. Poco a poco adquirió conocimientos para manejar las máquinas.
Tiene un titulo de ingeniero forestal, que obtuvo al cumplir la mayoría de edad. Ejerció por tres años, pero su pasión era trabajar la madera. Laboró en varios talleres hasta tener uno propio. Actualmente posee trece máquinas para realizar cualquier clase de trabajo.
Su mano derecha han sido su esposa y sus hijos varones, a quienes les ha inculcado el valor del trabajo.
Maldonado ha conocido en su ebanistería Madi la evolución de la madera y cómo ha subido el costo de ésta y de la mano de obra.
Sus sueños hechos a mano en puro cuero
La tabalartería Copán surgió hace cinco años. Su propietario Enrique Alberto Martínez dice que este oficio se encuentra en peligro de extinción porque en el comercio se encuentran piezas de cuero a bajo costo. Por ese motivo algunas personas prefieren ahorrar dinero en vez de comprar algo hecho con calidad.
Martínez aprendió a muy temprana edad este arte en Santa Rosa de Copán. Su madre lo mandaba a dejarle comida al talabartero de su pueblo. Le llamaba mucho la atención lo que él hacía y se quedaba toda la tarde viéndolo trabajar.
Entre risas recuerda que a veces no iba a la escuela por quedarse con el talabartero, hasta que le llegó el momento de tener una pieza en su mano y trabajarla.
A los once años, Martínez ya podía trabajar el cuero y decidió dedicarse a este oficio. “La talabartería es un arte en cuero, es delicado y detallista”, expresa Martínez. Las piezas se tallan a mano y debido a esto exigen muchas horas de trabajo. Él se ha desarrollado en diferentes talleres, pero su visión siempre fue independizarse y trabajar por cuenta propia. Su mayor satisfacción es la preferencia y la recomendación de sus clientes.
Para Enrique no ha sido nada fácil salir adelante. Para convertirse en microempresario, muchas puertas se le han cerrado, pero su amor por la talabartería es más grande que cualquier tropiezo al que se deba enfrentar, afirma.