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Comercio, la otra víctima del cierre de maquilas

  • 29 octubre 2011 /

Los negocios alrededor de la industria maquiladora ven en riesgo su medio de vida.

Los cierres de empresas en la industria maquiladora no solo afectan a quienes trabajan en las fábricas, sino también a quienes dependen del comercio perimetral que se desarrolla en las naves industriales.

Para el comercio informal, que crea miles de trabajos indirectos y un medio de ganarse la vida en momentos en los que el desempleo alcanza cifras récord, la desaparición o emigración de las empresas maquiladoras hacia otros países ha originado una nueva clase de víctimas del desempleo: el comerciante informal, que día con día ofrece sus productos entre los trabajadores de las fábricas o entre quienes llegan en busca de un trabajo.

La preocupación entre estos comerciantes es latente, debiendo vivir muchos de ellos con la incertidumbre constante de no saber lo que les deparará el día siguiente si los trabajadores de los que dependen para su subsistencia desaparecen.
A continuación se presentan tres historias de sampedranos que ilustran esta situación.

El puesto de comida:

“Antes ni nos dábamos abasto con los clientes”

Choloma. Las jornadas de trabajo ahora son un poco más cortas, pero no ha sido por querer trabajar menos, sino por una imposición de la crisis.

El puesto de venta de alimentos atendido por Gloria Laínez y sus dos hijos se mantiene frente al portón de Elcatex, casi en el mismo lugar en el que ha permanecido durante los últimos 15 años.

Pero ahora, algunas mesas y sillas para los clientes, la mesa y la estufa para cocinar, todo ello cubierto por un toldo que protege del sol o la lluvia, es todo cuanto queda del que fuera un próspero negocio de venta de comida, que en su mejor época contaba con su propia caseta. “Ahora vienen menos clientes, ya no es como antes, que ni nos dábamos abasto para atender a todos los clientes que llegaban”, dice Laínez.

Con un toque de nostalgia, recuerda la época en la que sus jornadas de trabajo superaban las doce horas, durante las cuales atendía a un promedio de 500 personas al día, ofreciéndoles los tres tiempos de comida. Ahora, menos de la mitad de esos vienen a visitarla, y quienes lo hacen le compran únicamente el desayuno. “Ahora nos vamos temprano”, comenta.

Laínez refiere que había encontrado su nicho de ventas porque la gente que trabajaba en la cercana fábrica era tanta que no podían comer todos en la cafetería, por lo que un buen número se veía obligado a salir a buscar sus alimentos afuera, en donde Gloria los esperaba con sus baleadas, un crujiente pollo y café.

Pero entonces comenzaron los despidos en la maquila y, con eso, su clientela empezó a menguar. “Ahora todos los empleados caben en la cafetería de la fábrica, y por eso la mayoría come allí”, dice.

El vendedor de fruta:

“Voy a tener que quitar mi puesto”

Búfalo, Villanueva. Moviéndose entre cajas y bolsas llenas de bananos, manzanas, naranjas y sandías de su venta de frutas, Wilmer Ortega siente como si librara una batalla perdida contra el tiempo.

Los frondosos árboles que pueblan la mediana frente al parque industrial Zip Búfalo eran apenas unos retoños cuando Ortega colocó su puesto. Parecía la ubicación ideal, rodeado de fábricas adonde laboraban miles de empleados.

Pero ahora cada vez son menos personas las que vienen a comprar su producto, porque en los últimos años una a una las fábricas que le rodeaban han ido cerrando. “Nos ha afectado bastante, he perdido muchos clientes”, lamenta.

Este vendedor de 35 años y padre de cuatro hijos observa con preocupación la desaparición de cientos, sino miles, de puestos de trabajo en este sector industrial, y el panorama no luce nada prometedor si los rumores que ha escuchado se convierten en realidad. “Ya solo me quedan los clientes de una maquila, y lo que hemos escuchado es que cuando la gente regrese de vacaciones va a venir solo para que les cancelen sus prestaciones; para diciembre esa fábrica va a estar cerrada”, dice el comerciante.

Ortega calcula que ahora vende hasta 60% menos que antes y vive con la constante preocupación de qué hacer si pierde a sus últimos clientes.

“Voy a tener que quitar mi puesto y llevarlo a otra parte, pero ahorita no sé adónde”, comenta este comerciante mientras aguarda un final que preferiría no tener que enfrentar.

La achinera

“Si sigue el desempleo la vamos a pasar muy mal”

Choloma. Como todos los días, María Lagos coloca sus productos en su puesto de venta frente al parque industrial Zip Choloma.

Ganchos, colas, aretes, pulseras, anillos y toda clase de accesorios de fantasía lentamente salen de sus empaques para llenar la larga mesa de exhibición en donde las clientes puedan contemplar y escoger entre una gran variedad.

Pero cada vez son menos las personas que salen de las fábricas; y aunque las ventas se mantienen ahí, los ingresos ya no son los mismos de antes. Con este comercio, María sostiene a sus tres hijos sin la ayuda de un cónyuge. “Si la maquila de va, la crisis empeora, la gente ya no sabe qué hacer”, comenta.

Esta vendedora con frecuencia tiene que vender su mercadería al crédito con la esperanza de que sus clientes le cancelen en los días de pago.

Su trabajo no tiene horario fijo, pero siempre procura llegar por las mañanas y quedarse hasta la hora de la salida de las fábricas, momento en el que puede aumentar sus posibilidades de venta entre su clientela, compuesta principalmente por mujeres. “Si sigue el desempleo la vamos a pasar muy mal, y si las maquilas siguen cerrando voy a tener que llevar mi puesto a otro lado; pero tengo esperanza de que eso no vaya a suceder”, expresa.

Mientras conversa, una joven se acerca y compra un par de aretes en forma de perla, por el que paga cinco lempiras, la primera venta del día, pero con la situación actual, nunca sabe si esa será la última.