En el estadio Maracaná, templo del fútbol, el argentino Lionel Messi falló en su asalto al cetro mundial después de caer en la prórroga ante Alemania por 1-0. El astro del FC Barcelona tuvo una final errática empañada con una clara ocasión perdida.
Ganador de todos los grandes que un trofeos que un futbolista ansía, Liga de Campeones, mundiales de clubes y campeonatos nacionales, a Messi le faltaba la Copa de 36,8 centímetros de altura y 6,175 gramos de peso, la misma que levantó la leyenda argentina Diego Armando Maradona en 1986.
Pero Leo, desasistido en ataque, apenas picó en contadas ocasiones. En la primera parte, desbordó a Mats Hummels y su centro chute se paseó a escasos metros de Manuel Neuer.
Al inicio de la segunda, erró algo que La Pulga no suele errar. Encaró en velocidad, se abrió hueco por dentro, pero su remate pasó rozando el poste derecho de Neuer. Fue la última acción que a Messi se le recordará en la final del Mundial.
El resto del partido vagó por el frente de ataque y perdió un puñado de balones. Sus internadas y eslalon los trabó la precisión de Alemania. En el minuto 120 de la prórroga, cuando Mario Götze ya había golpeado a Argentina, lanzó un libre escorado a las nubes.
Messi, que cierra el mejor de sus tres mundiales con cuatro goles y una asistencia, acabó desolado, merodeó solitario mientras los alemanes se abrazaban. Incluso, en un momento del encuentro, se le vio a Messi vomitar, algo que ya se observa habitualmente en el crack.
Con 27 años recién cumplidos, al mejor futbolista del mundo en cuatro ocasiones (2009, 2010, 2011 y 2012) puede aún le reste una Copa del Mundo al máximo nivel, la de Rusia 2018, cuando tenga 31 años.
¿PERDIÓ LA CHISPA
Hay algo indiscutible: Messi es desde hace unos cuantos años el mejor futbolista que habita el planeta, más allá del último Balón de Oro ganado por Cristiano Ronaldo. Pero el deporte es cruel: si no gana el Mundial, la historia lo mirará con cierto recelo.
Argentina, un equipo que llevó a Alemania hasta extremos de exigencia nunca vistos en el torneo -lo de Argelia, por instancia, no fue comparable-, fue muy diferente al Brasil que recibió siete goles de los hoy ya tetracampeones mundiales.
Paradoja del fútbol: durante años se escribió sobre esa Argentina que no acompañaba a Messi. Cuando por fin apareció dispuesta a hacerlo, Messi perdió chispa, frescura y claridad. Siguió siendo Messi, pero menos.
Messi no quiso saber nada cuando le dieron el premio al mejor jugador del torneo. Saludó a todas las altas autoridades, se escabulló por detrás de Manuel Neuer, ese gigante del arco al que no pudo batir y, llevando el trofeo como si fuera la bolsa de la compra, volvió a encontrarse con sus compañeros. Sin hablar. No le interesaba esa copa, él buscaba otra, y es imposible saber si la encontrará en Rusia.