La Concacaf ejerce con aires de inocencia el menos inocente de los arrebatos humanos: el cinismo. Para algunos es una virtud y para otros un pecado.
'Un cínico es un hombre que, en cuanto huele flores, busca un ataúd alrededor', asegura el escritor estadounidense Henry Louis Mencken.
Y un maestro, un erudito del cinismo, el dramaturgo inglés Oscar Wilde, lo pondera así: 'Cínico: un hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada'.
La más reciente demostración, que no la última, por parte de la Concacaf, sobre esa habilidad para vestir decisiones dolosas, con aparente inocencia, una de los camaleónicos actos de escapismo del cinismo, la ha dejado perpetrada para la jornada premundialista del 12 de agosto.
Honduras contra Costa Rica en San Pedro Sula. Duelo importante para ambos, tercero y líder del Hexagonal Final, respectivamente.
La Concacaf, luego de concienzudo procesamiento de datos, decide colocar al bautizado por el mundo del futbol como 'Chiquidrácula', y que lleva como nombre de segunda instancia, Marco Antonio Rodríguez.
Ante tal designación, hondureños y costarricenses se han levantado verbalmente en armas. Las dos selecciones nacionales se sienten agredidas, con el aparente derecho de llorar antes de que ni siquiera alcen la mano para pegarles.
Costa Rica, principalmente, se preocupa seriamente porque tiene 12 jugadores con tarjeta amarilla.
¿Cuál es el siguiente rival de México en el Hexagonal Final? Sí, Costa Rica, en San José.
Honduras, mientras tanto, sospecha de los malos hábitos del legendario chupasangre, quien predica como cristiano profeso y militante, la justicia, el amor y el respeto, aunque queda claro, cuando se viste de juez de cancha, pierde toda conciencia y no practica ese discurso con el que evangeliza en diferentes países del mundo.
¿Qué juegos esperan a Honduras? Trinidad y Tobago, el equipo delirio de Jack Warner… y después visitar a México en la cancha del Estadio Azteca.
Nazareno pues, de devoción y de oficio, Marco Antonio Rodríguez es temido por su liviandad, su ligereza, su velocidad para desenfundar letales tarjetas amarillas ante cualquier acción o sospecha de acción que le parezca que pueda remotamente, al menos, atentar contra el reglamento.
¿EXAGERADO?
Bueno, dejemos que su pasado lo condene en ese fervor por la fiebre amarilla. En el Torneo Clausura 2009, el conde del arbitraje mexicano disparó 74 tarjetas amarillas y 10 rojas en 13 juegos.
Armando Archundia, con dos juegos más, sumó 69 amonestados y tres expulsados.
En el Torneo Apertura 2008, Rodríguez recetó 78 amarillas en 11 juegos y 7 rojas.
Pitando tres juegos más, Roberto García Orozco sentenció 74 amonestaciones y 5 expulsiones, tomando las dos más recientes competencias, sólo como para ubicar las tendencias del juez mexicano.
Costa Rica y Honduras harán la protesta, no de manera oficial, no de manera pública, pero sí de manera vehemente para preguntar en qué estaban pensando los amos del feudo conkakafquiano, Warner y Chuck Blazer, al tomar esta decisión.
Lo cierto es que es un acto de cinismo obsceno, casi vandálico, abusivo, descarado, el colocar a un árbitro conflictivo.
No se trata de sepultar a 'Chiquidrácula' bajo un alud de sospechas sobre su honestidad, o de erosionar la imagen pública sobre su ética, ni tampoco de acusarlo de contubernio o cohecho, sin tener un video de la entrega del maletín a la mano.
Lo cierto es que el árbitro mexicano tiene un delirio por imponer su autoridad, aunque muchas veces se desautorice a sí mismo, con base en el acribillamiento de los jugadores a base de tarjetazos.
Los motivos que llevan a un pronunciado soldado de Cristo a ese grado de intransigencia, lejos de practicar aquello de 'perdónalos Señor, no saben lo que hacen', sólo él los conoce.
Lo cierto es que, y es de aplaudirle, no le teme a las plazas agrestes, complicadas, aunque en las peligrosas prefiere maltratar a los visitantes antes que a los locales.
Al margen de lo que piensen Honduras y Costa Rica, es decir, sobre eventuales dudas de la probidad y honestidad del draculiano silbante, lo cierto es que su elección fue totalmente inapropiada.
¿Cómo se designa a los árbitros de la Concacaf para el Hexagonal Final?
Muy simple: se reúne el consejo ejecutivo en pleno, delibera sesudamente y decide.
¿Más detalles? Está bien: se sientan a comer en el lujoso piso de la Torre Trump que pertenece a Blazer, éste y Warner, como miembros únicos del Consejo Ejecutivo, determinan lo que más les conviene a ellos, y en tres patadas determinan el destino del Hexagonal Final, con el ventanal a su espalda y pagando una renta de 1.5 millones de dólares de las arcas de la Concacaf a las arcas del inversionista estadounidense y verdadero cerebro del organismo.
Y que ocurra lo que deba de ocurrir.
Es más, la definición de cinismo para la Concacaf es corregida y aumentada: cuando huele a flores, es porque ya tiene el muerto embalsamado y el ataúd comprado… o robado.
Porque la Concacaf sabe el precio de todo, pero no sabe el valor de nada.