A años luz de los fastos que rodearon al sorteo del Mundial de 2010 en Ciudad del Cabo, capital parlamentaria de Sudáfrica, los niños del cercano township de Gugulethu juegan con un balón de tela entre la polvareda.
“Nosotros los negros sudafricanos vivimos para el fútbol, pero miren cómo tenemos que jugar”, dice David, un desempleado que se autoproclama profesor de esos pequeños que, nada más llegar del colegio, corren a patear sus desmadejadas pelotas.
Un rectángulo de césped en lamentable estado, junto a la carretera por la que circulan taxis colectivos y camiones, es el lugar en el que se congregan, azotado por los vientos que soplan sin cesar en los antiguos barrios segregados del Apartheid de Ciudad del Cabo.
Sin el resguardo que procuran las montañas al centro de la ciudad, punto de llegada de los colonos en el siglo XVII cerca del Cabo de Buena Esperanza, esas ciudades negras situadas fuera de la ciudad blanca, legados del antiguo sistema, siguen albergando una miseria terrible.
Aunque se construyó un terreno de juego polideportivo al mismo tiempo que el nuevo centro comercial de Gugulethu, el township más antiguo de Ciudad del Cabo, en el que viven un millón de personas, está demasiado lejos para los niños que no tienen dinero para transporte público, explica David.
A unos 10 kilómetros de allí, en el centro de convenciones de la ciudad, extendieron la alfombra roja para recibir a los famosos personajes que honraron con su presencia la ceremonia del sorteo del Mundial que se realizó el viernes por la noche.
Dos días antes la radio ya hablaba de la aparición estelar de la actriz sudafricana Charlize Theron o del mediático futbolista inglés David Beckham.
A los townships no llega nada de esos festejos con los que se supone que Sudáfrica entra en el meollo de la cuestión, según la Federación Internacional de Fútbol, Fifa.
En las cunetas de las carreteras no hay carteles anunciando el próximo Mundial. Sólo una pintura mural de un patrocinador con los colores de la competición, en la que se ven las populares vuvuzelas, las emblemáticas trompetas del fútbol de ese país.
Y sin embargo el fútbol es el deporte preferido de los sudafricanos negros. Todos los niños de los townships juegan al fútbol y en los últimos años muchas niñas también. Como en Brown Farm, separado de Gugulethu por la autopista.
En esa paupérrima favela las casetas de chapa ocupan todo el espacio disponible hasta llegar casi hasta la calzada. Gracias a una gran empresa del país los aficionados disponen allí de un terreno de juego, balones y botas.
Anna, de 19 años, entrena allí a chicas a las que quiere llevar “lo más lejos posible”.
“¿El sorteo? Sí, he oído algo de alguna historia en Long Street”, dice hablando de la adinerada calle de Ciudad del Cabo en la que se retransmitirá en directo. Anna no sabe nada más.