03/12/2025
08:07 AM

'Solo vi el casco de mi amigo al hundirse con la broza”

Las Vegas, Santa Bárbara, Honduras.

El minero Augusto Rivera lloró como un niño al recordar el momento en que vio a su gran amigo Mario Orellana hundirse entre una argamasa de broza mientras ambos se disponían a destaponar un conducto vertical en la mina de El Mochito, Santa Bárbara.

Mario Orellana fue a caer a un nivel inferior del laberinto minero después que cedió el atasco de broza endurecida sobre el cual estaba parado. El minero murió en el acto.

Augusto Rivera, quien hacía la misma labor de su compañero, se salvó porque estaba afianzado por una soga, pero quedó tan traumado que no puede ni asomarse a la mina.

Foto: La Prensa

Augusto lloró frente al padre de su mejor amigo.
Hijo de minero

Hace unos ocho años Mario Orellana comenzó a trabajar en la mina con una máquina barrenadora, extrayendo de las paredes el material conocido como broza. Había dicho que nunca trabajaría en una mina por los peligros que encierran sus entrañas, pero al quedarse sin su empleo de motorista, decidió enfrentar el riesgo.

Su padre Ernesto Orellana, quien trabajó por veinte años en esa misma mina, le ayudó a conseguir la plaza. Por ese tiempo Mario tenía 30 años de edad, pero ya lo esperaban en la casa cuatro bocas que alimentar, pues se hizo de compañera a los 17 años.

Con su experiencia de viejo minero Don Ernesto solía aconsejar a su hijo que tuviera cuidado con los desprendimientos de material rocoso que eventualmente se producen en la mina. Sin embargo, lo que provocó el accidente en el que pereció Mario, fue haberse parado sin ningún sostén sobre el material que sería removido para desatascar el conducto de 48 pies que en minería se conoce como chimenea y comunica a dos galerías para darles ventilación.

Foto: La Prensa



Viendo a Mario suelto, su amigo le pedía que se saliera de aquel hoyo que ambos limpiaban de piedras, mientras llegaba el jefe con palas de mano y más soga.

Como respuesta Mario se movió del lugar quedando ambos de espaldas y en cuclillas. En ese momento Mario le gritó a Augusto y cuando este volvió a ver, su amigo se había perdido entre el material compuesto de broza, piedras y lodo.

“Lo único que vi fue el casco en el lugar donde él se había hundido. Si por lo menos hubiera visto la mitad del cuerpo, yo me tiro a rescatarlo, pero desapareció en cuestión de segundos”, lamentó.

Cuando el jefe llegó, encontró a Augusto gritando como loco y revolcándose en el suelo, conmocionado por lo sucedido. No era para menos, pues habían sido inseparables desde que se conocieron en la mina.

Por esa amistad Augusto pide ahora con confianza al mismo espíritu de Mario que le dé fuerzas porque no puede olvidar aquel momento en que lo vio irse para siempre.

Foto: La Prensa