09/07/2025
12:48 AM

La tragedia no perdonó a ninguna familia de un pueblo en Honduras

Cuatro mujeres muertas, 14 huérfanos y 41 heridos dejó el accidente ocurrido en El Salvador.

Colomoncagua, Intibucá

En cada casa de la aldea Pueblo Viejo hay al menos un herido, en algunas hasta cuatro. Los lamentos salen de las viviendas del caserío que fue sacudido por la tragedia el Domingo de Resurrección. Todas las familias, unas 25, quedaron marcadas por el accidente.

El Jueves Santo, contagiados por el tiempo de Pascua y el deseo de ver su iglesita Santiago Apóstol adornada, los católicos de Pueblo Viejo organizaron una excursión a un balneario de Agua Caliente en el departamento de San Miguel en El Salvador, pero el viaje terminó en tragedia.

El accidente ocurrió el Domingo de Resurrección cuando el camión en el que viajaban más de 40 personas volcó cuando subía una empinada cuesta del caserío La Ceibita, municipio de Santa Ana, San Miguel, El Salvador.

El dolor se palpa en cada puerta, pero más en la que habita la familia Pineda Sorto, aquí velan a madre e hija y en otras dos también lloran la partida de sus mujeres; 14 niños de estas tres familias quedaron huérfanos.

A los jefes del hogar se les olvida el dolor de los golpes y lesiones sufridas en el accidente al recordar que perdieron a sus mujeres y hoy tienen que criar solos a sus hijos, algunos de pan en mano.

Por ahora todos viven de la caridad de los vecinos de otros caseríos que no han podido hacerse indiferentes ante tanta desgracia, una acción que los dolientes quisieran que fuera imitada por las autoridades locales y nacionales.

Las familias Yánez y Hernández fueron las más afectadas.

La tragedia

Para los pobladores de esa zona fronteriza con El Salvador es más económico y menos maltratado el viaje si cruzan un punto ciego y viajan al vecino país, no solo por las aguas termales, sino también por las provisiones y hasta para recibir atención médica.

El pasaje de la excursión costaba 75 lempiras incluyendo la entrada al lugar. Algunos lo obtuvieron más barato. Buscaron a Mario Hernández, un regidor de Colomoncagua que también es transportista en la zona y quedaron en que viajarían en un camión Dyna, con placas PDC8212.

Había cupo para 35 personas, pero al final el grupo aumentó a 45; la mayoría no iba por diversión, sino por la creencia que bañarse en agua caliente quitaba las dolencias y tenían fe de regresar aliviados.

Todos se alistaron. Doña María Concepción Sorto hizo viaje con una de sus hijas -la de 15 años- que por cosas del destino llevaba también su mismo nombre. Logró convencer a Alejandro, su esposo desde hace 25 años, para que las acompañara y al final también llevaron a dos de sus hijos, un niño de 13 años.

Bajando el camino real en otra casa cercana a la de los Pineda Sorto otra familia se preparaba. María Santos Amaya junto a su compañero de hogar, Pablo Yánez, hicieron maletas y llegaron puntuales a la calle principal del caserío para subirse al camión de la excursión.

Cruzando la calle y subiendo la cuesta, Vilma Suyapa Hernández en su casa de adobe y lámina, que todavía está sin puertas, trataba de convencer a Ernesto, su esposo, para que los acompañara; no lo logró y decidió irse con dos de sus hijas. Hoy Ernesto es uno de los pocos que está sin dolencias, al menos físicas, pero no sabe cómo le hará para vivir sin su mujer que murió. Todos llegaron a la hora acordada con sus burras preparadas sus cantimploras con agua y ropa para zambullirse en el agua caliente. Todo era alegría.

El grupo partió de la calle principal del caserío a las seis de la mañana, pasaron el punto ciego y entraron a tierra salvadoreña.

En medio del jolgorio, una de las pláticas que más se oía era la de don Alejandro Pineda, quien feliz por el viaje se acomodó en medio de su amada y de su hija. A su niño lo sentó entre su piernas. Él le contaba a su esposa que en tiempos de la guerrilla iba a perder la vida en el sitio por donde estaban pasando en ese momento en el cantón Santa Ana.

La plática no terminó porque el camión empezó a perder fuerza, empezó a retroceder hasta que pegó en un paredón. El impacto provocó que diera varias vueltas. Don Alejandro recuerda que soltó a su hija y sus niños se escaparon de sus piernas cuando el camión paró de dar vueltas. En segundos vio cómo su esposa moría y luego su hija, que tampoco logró sobrevivir.

El niño quedó con vida y en su rostro las marcas de los golpes sufridos, pero sus ojos están tristes y su mirada se pierde en el vacío al recordar que fue testigo de la muerte de sus madre y su hermana. Don Alejandro nunca imaginó que en esa cuesta, adonde hace años estuvo a punto de morir, dieran el último suspiro su amada Concepción y su hija la quinceañera.

Gracias en medio del dolor

Todos los sobrevivientes relatan a su manera el horror del momento. El trauma los invade y las lágrimas bañan sus rostros al recordar los momentos vividos; pero en medio de su tribulación agradecen a Dios por estar vivos.
Ese día, el lugar del accidente se llenó de curiosos y algunos excursionistas; aunque heridos pidieron ayuda, otros comenzaron a llamar para avisar lo ocurrido.

Fueron socorridos por pobladores del cantón de Santa Ana en El Salvador y por la Policía Civil de ese país. Sacaron los cuerpos de las muertas en hamacas y las pasaron a suelo hondureño para evitarse el papeleo y el gasto si se las llevaban a una morgue guanaca. Los heridos fueron trasladados a hospitales y centros de salud salvadoreños. Allá todavía hay una herida que responde al nombre de Antonia Yánez que se debate entre la vida y la muerte en un hospital de San Miguel.

Otros prefirieron irse a sus casas y hoy sufren de desmayos y hemorragias. Urgen de atención médica y piden a gritos una brigada médica.

Cada familia atendía a sus heridos mientras otros velaban a sus muertos. Hoy el drama continúa y es peor. Los heridos de Pueblo Viejo están postrados en sus casas a la espera de ayuda y hasta compasión de las autoridades.

Lo más cercano que tiene es un centro de salud en Colomoncagua que carece de medicinas y donde han revisado a los heridos que Mario Hernández, el conductor del camión que también está herido, logra llevar y luego regresar a la calle principal de Pueblo Viejo.

Los afectados tienen que recorrer largos tramos a pie para llegar a sus casas y van más enfermos que cuando salieron por el maltrato físico sufrido por la caminada. La otra salida es acudir al hospital de La Esperanza, Intibucá, pero está a tres horas y no tienen ni para el pasaje.

Claman por socorro para los 14 huérfanos, todos menores de 15 años, en edad escolar y colegial. Muchos no podrán seguir porque tendrán que encargarse de cuidar a sus hermanos. La situación es peor para María Mártir Yánez, quien mostrando una hoja con membrete de un hospital salvadoreño, dice que padece de un mal y no pueden suministrarle nada por la alergia que le provoca, hasta el iboprufeno le afecta. Lo cierto es que es alérgica a la penicilina y por eso se resiste a que la lleven al centro de salud. Tiene todo el cuerpo inflado y lesiones por todos lados; está postrada en una hamaca y pide ayuda porque ya su compañero de hogar no sabe qué hacer. Los dolores son insoportables y sin medicina las dolencias son mayores.

Mañana las tres familias enlutadas terminarán de rezar el novenario. Cada casa tiene un altar con coloridas flores, cortinas improvisadas y velas encendidas para rogar por el espíritu de las siervas y pedir resignación para los dolientes. Pueblo Viejo llora, sufre y se lamenta por lo perdido, pero guarda la esperanza de que alguien se conmoverá de su dolor y les tenderá la mano.