Tegucigalpa, Honduras.
Los planes de Dios fueron diferentes, y hoy don Salvador Mejía dará el último adiós a su niño, su pequeño Salvador Adalid Mejía Rivera (10), la primera víctima mortal de la pólvora utilizada en las fiestas de Navidad y fin de año.
A las 8:20 de la mañana de ayer, los médicos de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Escuela Universitario (HEU) notificaron a don Salvador la peor noticia: su hijo falleció a causa de un paro cardiorrespiratorio y falla multiorgánica.
El infante había ingresado el pasado 25 de diciembre al bloque Materno Infantil del HEU procedente de Nueva Arcadia, Copán.
La mañana de ese trágico día, el pequeño encontró en la calle un mortero que al parecer no estalló durante la Nochebuena, según relató su padre en el momento del ingreso.
El infante tomó el artefacto, lo llevó a su vivienda y luego lo encendió, sin imaginar que la explosión le quemaría el 90% de su piel y le lesionaría órganos vitales de su estómago.
La gravedad del menor obligó a los doctores a intervenirlo quirúrgicamente de órganos como el colon, bazo, intestinos y otros que fueron afectados.
Pero la lucha fue en vano, el niño lamentablemente no pudo superar su condición.
Pérdida
“Es triste para mí en este nuevo año. S olo Dios sabe lo que estoy sintiendo ahora”, dijo don Salvador mientras esperaba afuera de la morgue del HEU la entrega del cuerpo de su retoño.
“Yo le dije a Dios que lo tomara en sus manos, le dije que si estaba sufriendo que lo recibiera en su mano. Yo en manos de él lo puse, pero le pido a él que me dé la fuerza para seguir trabajando y seguir sirviéndole a él”, expresó y rompió en llanto.
Pese a su dolor dijo estar conforme de saber que los médicos hicieron por su hijo todo lo que estuvo a su alcance.
Sin embargo, reconoció que nunca perdió las esperanzas de verlo recuperado.
El niño había cursado en 2015 el tercer grado en la escuela pública de su comunidad.
Y aunque los recursos de la familia eran limitados soñaba con ir a la universidad, convertirse en agrónomo y hacer crecer el negocio de su padre.
“Estaba chiquito mi niño, pero tenía sueños: él iba a ser mi mano derecha, decía yo”, comentó mientras sus lágrimas corrían por sus mejillas.
Los planes de Dios fueron diferentes, y hoy don Salvador Mejía dará el último adiós a su niño, su pequeño Salvador Adalid Mejía Rivera (10), la primera víctima mortal de la pólvora utilizada en las fiestas de Navidad y fin de año.
A las 8:20 de la mañana de ayer, los médicos de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Escuela Universitario (HEU) notificaron a don Salvador la peor noticia: su hijo falleció a causa de un paro cardiorrespiratorio y falla multiorgánica.
El infante había ingresado el pasado 25 de diciembre al bloque Materno Infantil del HEU procedente de Nueva Arcadia, Copán.
La mañana de ese trágico día, el pequeño encontró en la calle un mortero que al parecer no estalló durante la Nochebuena, según relató su padre en el momento del ingreso.
El infante tomó el artefacto, lo llevó a su vivienda y luego lo encendió, sin imaginar que la explosión le quemaría el 90% de su piel y le lesionaría órganos vitales de su estómago.
La gravedad del menor obligó a los doctores a intervenirlo quirúrgicamente de órganos como el colon, bazo, intestinos y otros que fueron afectados.
Pero la lucha fue en vano, el niño lamentablemente no pudo superar su condición.
Pérdida
“Es triste para mí en este nuevo año. S olo Dios sabe lo que estoy sintiendo ahora”, dijo don Salvador mientras esperaba afuera de la morgue del HEU la entrega del cuerpo de su retoño.
“Yo le dije a Dios que lo tomara en sus manos, le dije que si estaba sufriendo que lo recibiera en su mano. Yo en manos de él lo puse, pero le pido a él que me dé la fuerza para seguir trabajando y seguir sirviéndole a él”, expresó y rompió en llanto.
Pese a su dolor dijo estar conforme de saber que los médicos hicieron por su hijo todo lo que estuvo a su alcance.
Sin embargo, reconoció que nunca perdió las esperanzas de verlo recuperado.
El niño había cursado en 2015 el tercer grado en la escuela pública de su comunidad.
Y aunque los recursos de la familia eran limitados soñaba con ir a la universidad, convertirse en agrónomo y hacer crecer el negocio de su padre.
“Estaba chiquito mi niño, pero tenía sueños: él iba a ser mi mano derecha, decía yo”, comentó mientras sus lágrimas corrían por sus mejillas.