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Como padre e hijo ejemplar recuerdan a policía asesinado

  • 01 septiembre 2013 /

Relatos Rosa Arita, madre del agente Joaquín Santos, compartió anécdotas de su hijo con LA PRENSA.

Sinuapa, Ocotepeque

Impotencia, dolor, angustia y preocupación son algunos de los sentimientos que los familiares del policía Joaquín Santos Arita tienen desde el pasado 7 de agosto, cuando recibieron la noticia de que su ser querido había sido ultimado en una calle de Tegucigalpa.

LA PRENSA se desplazó a Sinuapa, Ocotepeque, para conocer de cerca parte de la vida del infortunado agente de tránsito.

La familia Santos Arita le abrió las puertas de su humilde vivienda al equipo periodístico para compartir las anécdotas vividas con Joaquín durante casi 42 años.

Rosa Arita, madre de Joaquín, al inicio se mostró renuente a contar la vida del valiente policía, pero al ver el interés de publicar la vida de su hijo permitió el ingreso en su hogar, ubicado en la falda de un cerro en la comunidad conocida como El Cocal, perteneciente a Sinuapa.

La muerte de Santos Arita conmocionó a los hondureños ya que murió a manos de dos sicarios que se transportaban en moto. El crimen quedó registrado en un video donde se ve cuando el agente ayuda a una anciana a cruzar un bulevar capitalino, luego él les hizo señal de parada a los individuos y estos le dispararon.

Un buen hijo, padre y amigo

La vida de Joaquín Santos Arita se resume en años de sufrimiento, dedicación y esfuerzo, pero para sus familiares era parte del diario vivir en Sinuapa. Toda su vida la miró de una manera visionaria, con retos y sueños, con alegrías y tristezas.

Rosa Arita comentó que su hijo desde niño tuvo la inquietud de pertenecer a la Policía Nacional, idea que le surgió desde los 14 años de edad. No obstante, su difunto padre Emiliano Santos le pidió antes de fallecer a Joaquín que no siguiera en el cuerpo policial por los peligros que enfrentan.

El mismo año -1999- en que ingresó a la Policía, unos meses después, don Emiliano murió de manera natural. “Siempre le dije que se retirara de la Policía, pero nunca me hizo caso porque eso era su vida y además el papá le advirtió antes de morir que se saliera porque lo podían matar”, lamentó.

La desconsolada madre se preocupa ahora por el bienestar de su familia, pues, al no tener a Joaquín, la vida será más dura para ellos, pese a que otros dos hijos, los menores, están en Estados Unidos, no están bien económicamente y lo que ganan apenas les ajusta para sus gastos en el país norteamericano.

El sufrimiento que siente la madre del policía es evidente; en su rostro pesan las ojeras de varios días de insomnio, mal alimentada debido al dolor y sin ánimos para superar la pérdida irreparable de su heredero.

“Sé que mi hijo está con Dios y, como decía él, si le tocaba morir, lo haría batallando y así fue; murió en la batalla con esos delincuentes”. Joaquín era padre de tres niños -dos varones y una niña-, por quienes se esforzó mucho.

Su pasatiempo era trabajar y, aunque le dieran sus vacaciones, llegaba a su casa a trabajar la tierra sembrando repollo, maíz y rábanos.

El destacado policía pasó por un mal momento cuando se separó de la madre de sus hijos, pues, como cuentan sus parientes, tuvo que andar casi tres años “de arriba para abajo con ellos y siempre pedía que la comida que le servíamos se la pusiéramos para llevársela a sus niños, aunque él se quedara sin comer por darles a ellos”.

Carmen Santos, hermana del fallecido, también relató las experiencias. “Siempre que venía con sus días libres me pedía que le sirviera frijoles cocidos con cuajada y tortillas tostadas. Era el plato favorito de él”, dijo. Agregó que en una ocasión llevó un quintal de frijoles y le dijo que iba a gastar bastante leña, pues el grano estaba duro.

Carmen aseguró que Joaquín no merecía esa muerte, “porque él nunca tuvo problemas con nadie y siempre fue muy querido por la gente y sus compañeros de trabajo y eso se notó en el velorio cuando vinieron muchos policías. No cabía la gente en la casa cuando lo velamos y con lo poco que teníamos para ofrecer tratamos de atenderlos bien”.

Otra anécdota que Carmen compartió fue que, cuando eran niños, él cortaba la leña y las ponía a cargar a sus hermanas, incluyéndola a ella. “Como nosotras solo lo mirábamos cortar la leña y no le ayudábamos, entonces nos decía ‘ahora les toca llevar la carga a ustedes porque no quisieron ayudarme’ y si no lo hacíamos, nos macaneaba... como era mayor”, relató.

Cuando contaba su recuerdo, una llamada internacional entró en el celular de Carmen. Era su hermano José Feliciano, quien tiene seis años de haber emigrado a Estados Unidos.-“¡Aló! ¡Hola, José! ¿Cómo estás? Fijate que aquí andan los muchachos de LA PRENSA”.

José Feliciano agradeció la visita y expresó sus sentimientos. “Agradezco lo que están haciendo los medios por mi hermano.

Somos dos hermanos que estamos aquí muy dolidos, pero ojalá a los que le hicieron eso a Joaquín les caiga todo el peso de la ley y, aunque sea injusta algunas veces, sabemos que Dios se encargará porque Joaquín era el motor de la familia”.

Sus hijos y esposa

Suyapa López, compañera de hogar de Joaquín, al llegar a su casa trató de evadir la entrevista, pero accedió y explicó que había hablado por teléfono con él una hora antes de la tragedia.

“Me decía qué hacer cuando él muriera. Como que presentía algo malo y le dije que no se preocupara, que Dios lo cuidaba. Como a las 4:00 pm me llamó un compañero de la Policía para decirme que estaba muerto. El mundo se me vino encima y le dije que acababa de hablar con él, pero me dijo que viera la noticia en televisión”, exclamó Suyapa.

La dama recuerda que 15 días antes de verlo por última vez lo habían asaltado en Tegucigalpa, donde estuvo unos meses asignado, y en esa ocasión perdió sus documentos y el dinero que le quedaba del sueldo.

Ejemplo de policía

Uno de los compañeros con quienes compartió muchos años en el cuerpo policial recordó el tipo de agente que era Joaquín.

José Alverto, clase uno de Policía asignado en Santa Rosa de Copán, se refirió a Joaquín como una persona intachable, digna de admirar y de seguir su ejemplo como policía, humano, amigo y compañero de trabajo.

“Cuando estuve de encargado en la jefatura de Ocotepeque lo tuve como subalterno y tenía mucha disciplina y cortesía porque cuando le daba una orden nunca se negó a hacer lo que se le pedía. Era totalmente disponible para lo que se le pidiera hacer”, dijo.

Alverto recuerda que con los cambios de la Policía de Tránsito, varias veces se encontraron en las jefaturas adonde llegaran y que nunca recibió denuncias en contra de él.

“Lamentamos mucho lo que le pasó a él porque nosotros que lo conocimos sabemos que nunca anduvo fuera de la ley; era muy sano, alegre y consejero”.

La Secretaría de Seguridad, como lo indica la Ley Orgánica de la Policía, hizo el ascenso póstumo a clase uno de policía a Joaquín.

El acuerdo le fue entregado a su madre junto con una medalla de valentía y el pabellón nacional cuando se efectuó el velatorio en su casa de Sinuapa.