María Isabel Preysler Arrastia no es ninguna improvisada en la aristocracia española. ¡Nunca! Por sus venas corre sangre con pedigrí y su estilo de vida, clase y distinción fueron heredados de sus ancestros. Aunque sea filipina de nacimiento, sus antepasados paternos la ligan con España, la patria donde es la diva, la “socialité”, la indestronable Isabel Preysler.
Aquella joven que apenas salía de la adolescencia se mudó de forma inesperada a Madrid, donde de inmediato comenzó a frecuentar las fiestas de alta sociedad. Estaba acostumbrada a eso y le fue fácil entrar en el mundo de la élite madrileña. Fue en una de esas fiestas donde conoció a Julio Iglesias, el célebre cantante con el que en 1971 se casó, y fue así como se catapultó al estrellado del jetset español. La prensa rosa empezó a amarla y su rostro era habitual en fotos y portadas de revistas del corazón.
Julio e Isabel con sus hijos Julio José, Chaveli y Enrique Iglesias.
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Un nuevo amor. De la música pasó a la aristocracia y a la realeza. Eso era lo suyo. Es lo que le encanta. Por eso fijó sus ojos en otro hombre, en uno que se manejaba como pez en el agua en los temas de la monarquía. Carlos Falcó y Fernández de Córdoba, marqués de Griñón, con el que se casó. Consolidó esa relación como familia al nacer un cuarto hijo, una niña; y aunque aparentemente era feliz, su matrimonio pendía de un hilo y terminó en divorcio.
Isabel y Carlos Falco con su hija Tamara.
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Hace algunos años con Miguel Boyer.
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Ahora vuelve a romper esquemas.
A sus 64 años, más bella que sus propias hijas y más elegante que cualquiera, Isabel vuelve a la carga en cuestiones del amor. Ha flechado el corazón de Mario Vargas Llosa, un partido poco común en su haber amoroso, el nobel de literatura que ha defraudado a su familia y ha destruido a su esposa Patricia, su prima hermana; con la que estuvo casado 50 años y que de la noche a la mañana la dejó por la espigada socialité.
Hola, la revista que destapó el romance.
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No tiene límites. Ni el cielo lo es. Ha llegado hasta las estrellas de Hollywood, la realeza y las altas esferas. Lo único que le importa es brillar; y lo hace. Ni en el funeral de Boyer perdió la postura, aunque eso sí; ya Mario era su consuelo y repuesto sentimental.