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La verdadera cara de los Windsor

  • 19 noviembre 2011 /

Un libro revela detalles íntimos de la familia real de Inglaterra.

    Acaba de publicarse en Gran Bretaña un libro que seguramente no agradó a la familia real de Inglaterra.

    Se trata de “Not in front of the corgis!” (“¡No enfrente de los perros corgi!”), de Brian Hoey, autor que ha documentado las actividades de la monarquía desde hace 40 años.

    En este tomo, revela algo alarmante. El Sha de Persia visitó el Palacio de Buckingham en 1873. Un sirviente tenía la misión de vigilar su recámara toda la noche, pero cayó dormido y no realizó su labor. En castigo, fue golpeado de manera tan salvaje que murió.

    A la reina Victoria le indicaron que había fallecido por causas naturales. Para evitar un escándalo y abundante papeleo, presuntamente se optó por enterrarlo, discretamente y bajo cobijo de la noche, en una esquina del jardín del palacio.

    Otras anécdotas narradas por Hoey son más contemporáneas y menos trágicas; pero tampoco pintan un retrato favorecedor de los nobles británicos y su trato hacia quienes los atienden. Las fuentes que hablaron con el autor son algunos de los aproximadamente 1,200 empleados de la familia real. Tan solo en el Palacio de Buckingham trabajan 339 empleados de tiempo completo.

    El príncipe Carlos, dicen, jamás se arregla solo; hay tres encargados de ayudarlo a vestirse. Cuando tiene varios compromisos en un mismo día, ellos le ponen distintas corbatas en el auto para que se las pueda ir cambiando en el camino. Llega a usar cinco de ellas en un día.

    La elegante ropa de Carlos y de su esposa, Camilla, siempre es lavada a mano, nunca en máquina.

    Él también pide que le planchen las agujetas cuando se quita los zapatos. Posee unos 50 pares de calzado hechos a mano por la casa Lobb.

    Las fuentes comentan que Carlos es quisquilloso con todo, no solo en el vestir. Le gusta comer queso con panecillos, pero solicita que estos se conserven a una temperatura específica. Los rechaza si los encuentra demasiado fríos o calientes.

    El príncipe Felipe no comparte dormitorio con la reina Isabel II y tiene justo arriba de su recámara una peluquería plenamente equipada, donde recibe cortes de pelo y pedicures.

    El príncipe Eduardo es, sin embargo, el menos popular entre la servidumbre. Al parecer, es arrogante y exige total formalidad en todo momento.

    Una vez se enfureció con un mayordomo por no estar afuera de su casa cuando llegó. Su enojo se debió a que tuvo que abrir él solo la puerta del coche para bajarse.

    Además, insiste en que su chofer siempre mire directamente hacia el frente, sin voltear la cabeza para nada, incluso si el auto está estacionado.

    Según Hoey, los empleados no se atreven a decir nada malo cuando ven a los perros de raza corgi que la reina tiene como mascotas, pues temen que ella esté cerca.

    Estos animales reciben alimentos especiales preparados por el chef y tienen permiso de pasear por cualquier parte de la residencia, a pesar de no estar bien entrenados y orinar en lugares inapropiados.

    Por si fuera poco...

    Los empleados de la familia real, señala el libro, no ganan fuertes sumas. Además, les son requeridas cuestiones inusuales: los hombres deben medir al menos 1.72 metros y ser delgados, pues les tienen que quedar los uniformes existentes. Estos trajes rara vez se reemplazan, pues son costosos.

    A pesar de todo, mucha gente desea formar parte del personal, pues esto tiene prestigio y hay ciertos beneficios, como poder usar la alberca de Buckingham Palace. Eso, siempre y cuando se salgan si un noble quiere nadar.

    Se espera que la edición estadounidense de “Not in Front of the Corgis!” comience a venderse en junio de 2012.