24/11/2025
07:56 PM

Cuentos y Leyendas: Inmigrantes

Una de cada diez familias campesinas tiene un hijo fuera del país. Algunos con suerte lograron atravesar la frontera de México y están trabajando en Estados Unidos; otros han sido deportados a sus países de origen. Hondureños con mala suerte han muerto en el camino, bien en el desierto o asesinados por narcotraficantes o asaltantes.

    sta es la historia que me contó Rubén, un hombre de 35 años que por el desempleo en el país consiguió una cantidad de dinero para irse 'mojado' junto con cinco de sus amigos.

    Llegaron a la hermana república de Guatemala sin ninguna novedad y pasaron a México, donde fueron auxiliados por personas de buena voluntad que se acercaban al tren para darles comida.

    Viajaban en el techo de los vagones hasta cierto punto de la frontera.

    En esta travesía, algunos hondureños han quedado mutilados al lanzarse del tren o tratar de abordarlo. Decenas de compatriotas están de nuevo en Honduras con impedimentos físicos y por fortuna se las han ingeniado para trabajar.

    Rubén me llamó por teléfono y me dijo que quería contarme una historia. Nos reunimos en una cafetería de la capital, me dio la mano y dijo:

    -Creí que las cosas que usted cuenta por la radio eran puras historias inventadas por la gente del campo. Hoy me doy cuenta de que existen cosas que a veces no podemos comprender.

    Me habló del calvario que deben sufrir los que se van mojados, cómo tratan a las mujeres -algunas han sido violadas o las dejan en mitad del camino, obligándolas a prostituirse en Guatemala y México-, me contó cómo son asaltados, encerrados y padecen hambre cuando no llevan nada, pero el deseo de conseguir un buen trabajo para ayudarle a su familia les da el coraje para seguir adelante.

    -En el camino encontramos algunos albergues para migrantes -continuó-. Siempre hay gente buena en este mundo. Muchos mexicanos nos dieron la mano. Íbamos cinco amigos, dos sampedranos y tres de la capital. Nos conocimos trabajando en la construcción de un edificio. Los cinco somos albañiles. Nos contactamos con un 'coyote' por medio de la amiga de unos primos míos, comenzamos a reunir dinero y cuando teníamos la cantidad necesaria emprendimos el viaje. Nos encomendamos a Dios y comenzamos aquel recorrido que jamás en mi vida olvidaré. Vea, don Jorge, es duro ser pobre, tener una familia y no poder darle de comer.

    Muchos critican a los migrantes, pero sólo el cucharón sabe el mal de la olla. A veces en el camino hablábamos de las leyendas que usted viene contando y escribiendo desde hace muchos años y nos reímos del miedo que nos daba desde cipotes.

    Rubén lanzó un suspiro y continuó su relato:

    -Es triste salir de su país sin saber con qué se va a encontrar. Pues llegamos con suerte a la frontera y el 'coyote' que nos llevaba era un tipo muy listo y nos dijo que sólo nos cruzaría y que luego cada cual salvaría su pellejo. No sabíamos dónde estábamos. Era de noche e instintivamente comenzamos a caminar. No había señales de la Policía. Descansábamos, tomábamos agua y un poco de comida y luego seguíamos adelante.

    A los dos días de caminar se nos habían acabado los alimentos y llevábamos poca agua, pero aun así nuestro deseo de encontrar trabajo en aquel país nos daba la fuerza suficiente para aguantar y afrontar cualquier peligro. No sé cuántos kilómetros habíamos caminado en territorio norteamericano. Habíamos avanzado bastante y una noche escuchamos que un helicóptero pasó sobre nuestras cabezas. De inmediato nos escondimos y ahí permanecimos hasta que amaneció.

    De allí en adelante caminábamos con cautela, siempre en las orillas para escondernos rápidamente en caso de que apareciera

    'la migra'.

    Elías, uno de los compañeros, nos dijo que lo mejor era cambiar de ruta para que no nos capturaran. Todos estuvimos de acuerdo y siguiendo a Elías. Llenos de esperanza atravesamos una montaña hasta llegar a una planada.

    Era de noche cuando bajamos de la montaña y empezamos a caminar por la planada. Ni pensábamos que estábamos caminando en un desierto. El calor era sofocante, matamos pichetes y culebras para poder vivir y finalmente todos caímos agotados y no nos quedaba más que esperar la muerte. Llegó la noche, escuchamos pasos y nos resignamos: es la migra. Eran dos hombres y una mujer que nos dieron agua y comida y nos dijeron que los siguiéramos. Cambiamos de ruta hasta llegar a una casita. Nos acostamos medio muertos hasta que amaneció.

    Nos levantamos al escuchar ruido afuera, había una patrulla y la policía nos tenía rodeados. Nos interrogaron uno por uno y el supuesto jefe dijo en español: 'Es increíble cómo han llegado a este lugar. Aquí fue donde encontramos muertos a aquella muchacha y a dos hombres'.

    Todos nos quedamos mirando y temblando de pies a cabeza; nos dimos cuenta de que nos habían ayudado personas muertas. Se los juro por mi padre y por mis hijos que lo que les estoy contando es real.

    Me despedí de Rubén con un apretón de manos.

    -Hoy que le he contado esa historia me siento aliviado, como si hubiera botado una gran carga.

    ¿Será posible que desde el más allá vengan a la tierra espíritus buenos para ayudar a quienes lo necesitan? No lo sabemos. Hay cosas en nuestro mundo que todavía no podemos explicar.