Su ceguera no es obst?ulo para vender casa por casa. Son las nueve de la ma?na y se prepara para una dura jornada de trabajo. Su esposa Rosa de D?z le alista el malet? con los productos medicinales naturales que vende, le da una sombrilla para protegerse del sol y lo despide con un beso y un ?Dios te bendiga? .
Mario, de 53 a?s, comienza a caminar con su bast? al punto de buses en El Carmen para tomar el transporte que lo llevar?al sector que le toca. Se sube en un rapidito. Cada jornada tiene programado recorrer un lugar diferente; es mi?coles y vender?en Las Brisas.
Llega al punto de buses de su destino. All?mismo tiene una clienta. ?Bendiciones, hermana?. La saluda y le entrega el cuaderno de cr?ito a la mujer, ella le da el dinero y anota el saldo que resta. ?Gracias a la misericordia de Dios tengo la bendici? de trabajar con gente honesta?, dice y explica c?o hace para vender sin ver.
? conf? en sus clientes y ellos colaboran con ? separ?dole los billetes que guarda en bolsillos diferentes de acuerdo con su valor.
Mario les da la posibilidad a las personas de adquirir los productos medicinales en varios pagos y pasa una vez a la semana haciendo el recorrido, en el que cobra y vende.
Camina unos metros, su bast? es su mirada y una extensi? de su ser. Con ? da el paso seguro por las escabrosas calles de San Pedro Sula. El reloj marca las 10:30 de la ma?na, el sol se hace intenso, pero Mario est?acostumbrado, ya que cada d? recorre varios kil?etros con un gran bolso donde guarda los productos, un malet? con los cuadernos de cr?ito, su inseparable bast? y la sombrilla.
Se interna en los pasajes de la colonia Las Brisas y en cada cuadra tiene al menos tres clientes. A todos los saluda con un tono de voz apacible y en caso que sus clientes no le puedan pagar se despide con la misma amabilidad.
Una enfermedad
Mario D?z es contador. Antes de perder la vista a los 36 a?s trabaj?para varias empresas y despu? se dedic?a las ventas.
Una enfermedad progresiva de los ojos, llamada glaucoma, lo dej?sin ver. Pasaron tres a?s desde que se la detectaron para que perdiera por completo la visi?. Se encontr?con un mundo de sombras que se presentaba desafiante delante de ?.
Mario venci?los miedos, le pidi?direcci? a Dios y en vez de preguntarse ?por qu? se pregunt?para qu? Pens?en el prop?ito que Dios tendr? para su vida.
?Cuando perd?la vista tuve que deshacerme de todo, vend?el carrito en el que trabajaba. Qued?a expensas de la nada. Fueron d?s de llanto?.
Asistir a la escuela Luis Braille fue un gran apoyo para Mario Adalberto; all?le ense?ron a leer y escribir con el sistema Braille. Adem? lo instruyeron en t?nicas para movilizarse con la ayuda de su bast?.
?Uno est?expuesto a todo. Me ca?varias veces como un ni? aprendiendo a caminar?, dice al recordar sus primeros pasos en la oscuridad.
?Estoy asombrado por lo que Dios est?haciendo en mi vida?, asevera, porque aunque perdi?la vista no perdi?la visi? de la vida. ?Tengo sue?s, metas; quiero superarme y no serle gravoso a nadie?. Tiene tres hijos, dos varones de 32 y 30 a?s, y una ni? de 11 a?s, la ?nica que vive con el matrimonio.
Su esposa tiene una pulper?, de la que tambi? obtienen ingreso para su hogar.
Su labor
Ni el intenso calor ni las lluvias detienen a Mario para salir en busca del sustento. ?Nos da miedo que se caiga en el lodo o se lo lleve una corriente. La misericordia de Dios lo ayuda y protege?, dice Orfilia Nufio, clienta de Mario desde hace a?s.
Son las 11:30 de la ma?na y su esposa lo llama al celular para saber c?o est? acci? que hace varias veces al d?.
Camina por unos estrechos pasajes de tierra donde debe sortear grandes piedras. Cada metro se vuelve un desaf?; cada autom?il, una amenaza.
Sin vista, los dem? sentidos se vuelven vitales; el o?o y el tacto se agudizan y suplen sus ojos. Se acerca el mediod?. Saca un reloj que mediante un interruptor le dice la hora.
Conoce de memoria las calles que recorre y la ubicaci? de cada casa que debe visitar. No solo vende productos, sino que Mario se ha ganado el cari? de cada cliente. ?? nos pide permiso y ora por nosotros. Un d? ten? problemas con mi hijo. ? lleg?y or?por m?, cuenta Griselda Flores.
Sus clientes le tienen una admiraci? especial y aseguran que aunque no tengan dinero para pagarle, Mario siempre les da mercader? fiada.
El calor aumenta y Mario abre la sombrilla. ?Lo m? lindo de este trabajo es que uno puede ayudar a la gente, orar por sus problemas. ?Dios es tan lindo!?.
Su jornada apenas est?en la mitad y el calor es agobiante, pero Mario sigue caminando porque aunque sus ojos no responden cada paso lo da confiando en Dios.
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