Ciudad del Vaticano. Miércoles 13 de marzo de 2013. Los 115 cardenales reunidos en la Capilla Sixtina llegan a un acuerdo tras la quinta ronda de votaciones secretas para elegir al nuevo Papa.
Como es tradición, las papeletas de votación se queman añadiéndoles unos cartuchos que contienen clorato de potasio, lactosa y colofonia para que salga humo blanco por la chimenea. Los feligreses reunidos en la Plaza de San Pedro estallan en júbilo cuando miran la fumata blanca.
Una hora después, el cardenal francés Jean Louis Tauran aparece en el balcón de la Basílica de San Pedro y pronuncia en latín: “Anuntio vobis gaudium, habemus Papam” (Os anuncio una gran alegría, tenemos Papa).
El cardenal protodiácono sorprende al mundo cuando anuncia el nombre y la nacionalidad del nuevo Papa: Jorge Mario Bergoglio, de Argentina. El hasta entonces arzobispo de Buenos Aires es jesuita y adopta el nombre Francisco. Es el primer miembro de la Compañía de Jesús (jesuita) y el primer latinoamericano que ocupa la silla de San Pedro.
Minutos después, enfundado en sus nuevas ropas y con el solideo blanco sobre su cabeza aparece el papa Francisco en el balcón para dirigir sus primeras palabras a la feligresía.
Este argentino amante de la literatura de Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y Fiodor Dostoievski nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires.
De joven trabajó en una floristería y como portero en una discoteca. Esto último -que por mucho tiempo circuló como un rumor- él mismo lo contó a un grupo de fieles en la parroquia San Cirilo Alejandrino, en la periferia de Roma.
Este Papa, cuya premisa es “llevar la Iglesia a las periferias”, se presenta ante los feligreses en un jeep descapotable en lugar del tradicional papamóvil cerrado. Además ha pedido ante la tumba de San Francisco de Asís el “don de la sencillez”.