17/05/2025
02:27 PM

¡Tienes una herencia...!

Hemos recibido la vida como una herencia de Dios y hay que hacerla rendir. En ella están los bienes espirituales, mentales y materiales que se nos han dado en administración, y de todo se nos pedirá cuenta. Las oportunidades para hacer el bien, para crecer en santidad, para superarnos han sido dadas a cada uno de manera diferente, pero a todos por igual se nos exige que multipliquemos lo que se nos dio.

    Hemos recibido la vida como una herencia de Dios y hay que hacerla rendir. En ella están los bienes espirituales, mentales y materiales que se nos han dado en administración, y de todo se nos pedirá cuenta. Las oportunidades para hacer el bien, para crecer en santidad, para superarnos han sido dadas a cada uno de manera diferente, pero a todos por igual se nos exige que multipliquemos lo que se nos dio.

    La responsabilidad que tenemos es muy grande, ya que mientras más crezcamos, más se beneficiará la humanidad. Le fue muy mal en la parábola de los talentos (Mt. 25, 14-18) al que enterró la única pieza que tenía. De hecho un talento valía como seis mil denarios. Era mucho lo que tenía. A todos se nos ha dado lo necesario. El fin nuestro es desarrollar todo para comunicarlo a los demás.

    Una vida egoísta, llena de omisiones, en la que lo que se tiene ni se desarrolla ni se comparte, trae frustraciones y depresión. Si no desarrollo mi capacidad de amar, de hacer felices a otros, de compartir lo que tengo, de vivir intensamente la presencia de Dios en mi y de llevar al Señor a otros, terminaré hundido en una gran mediocridad y cometiendo un terrible pecado de omisión que me puede llevar a la condenación eterna.

    Es impactante el relato de la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,30-37) donde quedan muy mal el sacerdote y el levita y sobresale por su misericordia el hombre que atendió con lo que tenía al que había sido víctima de un asalto y estaba medio muerto.

    Es fuerte el mensaje en Mt 25,41 donde el Señor llama al cielo a los que le dieron de comer, de beber, de vestir, de acoger y defender, en las personas que la estaban pasando mal. En cambio manda al infierno a los que no compartieron su vida, su tiempo y sus bienes con los necesitados.

    Nuestra misión consiste en acercarnos cada vez más a Dios y por lo tanto de parecernos más a Él. Y una señal de nuestra cercanía y 'parecido' a Dios consiste en ser generosos. Mientras más venzamos nuestro ego y eso 'duele' y más compartamos lo que somos y tenemos con los que lo necesiten, más 'seremos como Dios', entendido el término en cuanto identificación y comunión con Él.

    Una señal de que esta entrega según Cristo consiste en el dolor que se siente cuando uno se desprende de un bien apreciado y lo comparte con otro. Claro, que el gozo que después se siente compensa cualquier sacrificio. Los grandes hombres y mujeres han sido desprendidos, desapegados y han dejado un gran legado a la humanidad.

    La limosna, entendida como dar de lo que no necesito, aunque sea un acto bueno, no llena las expectativas del Reino. Cuando el dar algo, sea personal o material, no afecta mis intereses ni mi bolsillo, no tiene suficiente calidad evangélica.

    La limosna, entendida como el compartir lo que 'me sobra', puede ser un acto hecho para calmar mi conciencia y seguir con indiferencia ante el dolor de los que necesitan algo más que cinco minutos de mi tiempo, un par de monedas o un decir 'pobrecito' y seguir mi camino. Por eso en Jn. 3,17-18 dice la palabra: 'El que tuviere bienes de este mundo y viendo a su hermano pasar necesidad le cierra las entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Dios? Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y de verdad'.

    La clave está en aprovechar cada día para hacer rendir los dones que Dios ha puesto en nuestras manos.

    Hay multitud de pequeñas tareas que hechas con generosidad, pensando en cómo servir mejor a los demás, se van acumulando y tejiendo la historia de nuestra vida, haciendo que seamos agradables a Dios y a los que servimos. Todo esto queda escrito en el Libro de la Vida.

    Hay que estar continuamente luchando contra nuestro ego que quiere todo para sí, convirtiéndose en nuestro gran enemigo. Por culpa de este ego hay tantas estructuras injustas en el mundo, con comportamientos tan inhumanos que han hecho que millones de personas estén excluidas del goce de los bienes de la creación.

    Mientras más aniquilemos nuestro ego y pensemos en el bien de los demás, venceremos nuestro aislamiento y nos convertiremos en seres generosos y estaremos más en comunión con Dios y la creación y todo esto será posible si le pedimos al Señor nos ilumine, sabiendo que con Él somos invencibles.