Las condiciones de vida de la gente que vive en las colonias y en las aldeas de la montaña de El Merendón no son las mejores, ni por asomo, ni ofrecen una calidad de vida que pudiéramos considerar llevadera, digna o normal.
Algún que otro lugareño tiene su casa bien parada, a veces nada desdeñables. Sin embargo, la mayoría de los pobladores de las colonias La Primavera, La Puerta, Suazo Córdoba, San Isidro, La Cumbre (aldea con característica de colonia por el número de familias, más de trescientas), Lempira y Fortaleza, viven en una constante lucha por el agua, los sanitarios, la basura, acueductos y la electricidad.
Los solares o planteles de colonias como la Suazo Córdoba, La Puerta, Lempira y La Primavera o San Isidro sufren, a menudo, deslizamientos a consecuencia de las lluvias. Esto se debe a que son terrenos que están en la falda de la montaña. Los espacios físicos de construcción son muy apretados, o sea, cercanos unos de otros, lo cual expone a peligros insospechados a los residentes.
Hasta donde me consta, ninguna de esas colonias tiene seguridad policial. Unas son más inseguras que otras y se dan situaciones de violencia en ellas, lo mismo que en cualquier colonia del país, o para ser más precisos, de San Pedro Sula.
Las aldeas La Cumbre, Peñitas Abajo, Peñitas Arriba, San Antonio, Córbano Abajo, Córbano Arriba, Pita Abajo y también Pita Arriba están cerca, en principio, de la zona industrial de San Pedro Sula y alrededores. De todas ellas baja la gente a trabajar en maquilas, servicios domésticos, vigilancia e incluso, a estudiar.
Oleadas de pobladores de las aldeas bajan todos los días a sus trabajos. Lo sorprendente está en que muchos bajan y suben a pie -una hora o más de camino- sin contar con el transporte público. Digamos que tienen que madrugar para estar a tiempo en sus respectivos puestos de trabajo so pena de perderlos.
Los sueldos de un campesino, por mucho que gane, no será tan desahogado como para permitirle un nivel de vida familiar tranquilo. La atracción de la urbe afecta la mentalidad campesina. Los más jóvenes ya no quieren trabajar la tierra de sus ancestros porque, me decía José Luis: 'uno tiene dinero efectivo cada quince días en la ciudad y trabajando la tierra cada seis meses y con suerte, pues hay que estarla chinchineando'.