Después de dos años de Gobierno, finaliza la tregua a la que el presidente Zelaya llamó a sus correligionarios y que debió traducirse en unidad política en el Partido Liberal alrededor de los objetivos de gobierno central y la agenda legislativa.
En términos reales esta unidad nunca existió y desde un principio fue evidente, en primer lugar, la ausencia de un consenso interno por impulsar una sola agenda y trabajar a la altura de las exigencias. Muchos altos funcionarios y diputados siempre anduvieron estrictamente en lo propio.
Además de lo anterior, prevaleció la arraigada actitud de ir promoviendo desde un inicio candidaturas alrededor de las estructuras de poder y del presupuesto público.
La verdadera agenda de reforma política electoral que se había venido formulando en los últimos años fue uno de los temas olvidados, quizá intencionalmente, al igual que asuntos de trascendencia para la profesionalización y democratización del partido.
De tal forma y como resultado de lo anterior, el proceso electoral que se avecina se plantea exactamente en los mismos términos que los pasados procesos electorales; se trata de impulsar toda una maquinaria electorera sin criterios, pero con la capacidad de vencer.
Se trata de la conquista del voto popular a través de los mecanismos del atraso y la vergüenza, desplegando campañas onerosas y vacías, comprando voluntades y ofreciendo premios indecorosos.
El inicio oficial de la campaña indudablemente está marcado, en primer lugar, por la discusión que generó la habilitación del presidente del Congreso Nacional, Roberto Micheletti para ser candidato y por la intentona del mismo, aliado con el Partido Nacional, para contrarreformar la Ley Electoral.
Tal intento generó una reacción abrumadora de rechazo que ahora ha obligado a sus autores a retractarse. No queda duda que el camino que van tomando las cosas podría ser mejor si se analiza la larga vigencia de un sistema político-electoral que hace tiempo debió modernizarse y convertirse en un mecanismo democrático para escoger a los mejores ciudadanos.
Sin embargo, los aspirantes a la Presidencia no alcanzan más que a emocionar a sus más cercanos colaboradores y a sus portavoces, que por todos los medios van creando falsas imágenes. El abstencionismo se esconde amenazante ante políticos que se conforman por controlar puestos, escalar posiciones, poner trampas y servirse del erario público.
En definitiva, el prestigio del que goza la mayoría de las candidaturas presidenciales en el voto independiente y flotante es bajísimo y es precisamente con este voto que se ganan las elecciones del futuro.