20/05/2025
04:58 PM

En la cuerda del hambre

Vi hace años, en 1980, para ser más exacto y mientras cursaba mi primer año de universidad en la ciudad de Puebla, una película mexicana dirigida por don Gustavo Alatriste que se llamaba igual que esta columna. En ella se mostraban las peripecias de un productor de tomates que, queriendo ganarle un poco más a su cosecha, pretendió venderla directamente, sin pasar por los coyotes del monstruoso mercado de la Merced del Distrito Federal, y terminó con su camioncito chorreando el jugo pestilente de miles de tomates putrefactos mientras llegaba al borde de la locura y el suicidio.

    Vi hace años, en 1980, para ser más exacto y mientras cursaba mi primer año de universidad en la ciudad de Puebla, una película mexicana dirigida por don Gustavo Alatriste que se llamaba igual que esta columna. En ella se mostraban las peripecias de un productor de tomates que, queriendo ganarle un poco más a su cosecha, pretendió venderla directamente, sin pasar por los coyotes del monstruoso mercado de la Merced del Distrito Federal, y terminó con su camioncito chorreando el jugo pestilente de miles de tomates putrefactos mientras llegaba al borde de la locura y el suicidio.

    La moraleja del filme, que por cierto vio prohibida su exportación por parte del gobierno del entonces omnipotente PRI, era que las estructuras montadas por un sistema corrupto eran invulnerables y que ante ellas las personas sólo teníamos tres opciones: acomodarnos, perder la razón o quitarnos la vida.

    Afortunadamente, la historia reciente del muy querido país azteca no dejó de darle la razón a Alatriste y a su película y hoy el PRI es un partido más, pujando por volver al poder en igualdad de posibilidades y oportunidades que el PAN y el PRD. Y es que como dijera alguna vez don Mario Benedetti, el poeta predilecto de mis años de juventud: 'los pueblos también se cansan de morir'; es decir, la gente se harta, las personas nos cansamos de ver las mismas caras en distintos puestos, de hacer siempre de pedestal para que otro haga el papel de estatua, o de caballo para que otro sea jinete.

    La enorme mayoría de los hondureños hemos apostado por la democracia, pensamos que la representatividad es una vía civilizada para caminar hacia el progreso y que la violencia no debe tener cabida en la cabeza de nadie. Es más, no me equivoco si afirmo que aún quienes viven en la pobreza más extrema quieren salir de ella por medio pacíficos y aspiran a mejorar sus condiciones de vida sin hacer uso de la fuerza.

    Pero los males no pueden durar cien años y el hambre es pésima consejera. La situación de inseguridad en que vivimos no sólo es producto del abandono de unos valores heredados de la cultura cristiana en que nos hemos visto inmersos en los últimos quinientos años, sino, y sobre todo, de la desesperación de quienes no ven salida a su miseria y ven postergada su esperanza; aquellos que, nos guste o no, son también enorme mayoría; aquellos que cada día se balancean en la cuerda del hambre.