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Una vez pasado el 15 de septiembre

  • 17 septiembre 2016 /

Muy poco hemos hecho los hondureños por conocer más a fondo la obra de Valle.

    Una vez pasado el 15 de septiembre quedan dos fiestas por celebrar: el día 28 se conmemora la llegada del Acta de Independencia a Comayagua, y el día 29, Tegucigalpa celebra su feria patronal en honor a san Miguel Arcángel.

    La primera es una festividad de carácter nacional; puede incluso decirse que el 28 de septiembre de 1821 se llevó a cabo la verdadera independencia de Honduras, porque hasta ese día se tuvo conciencia plena de nuestra emancipación política y se celebró, como se debía, tal acontecimiento. Además, no puede olvidarse que el hecho de que un hondureño haya redactado el Acta que dio fe de tan importante acontecimiento histórico es una muestra de la indiscutible valía intelectual de don José Cecilio del Valle y del respeto que se tenía por él entre la clase política de la época.

    Muy poco hemos hecho los hondureños por conocer más a fondo la obra de Valle y por terminar de reconocer la gigantesca figura que llegó a poseer en un medio poco proclive a las manifestaciones del pensamiento humano en el nivel en que él llegó a hacerlo. La existencia de una universidad que lleva orgullosa su nombre no basta para darle el lugar que merece en la historia de las ideas de nuestra patria.

    Como antes se señalaba, el 29, un día después de la conmemoración del arribo de los Pliegos a Comayagua, la capital recuerda que, muy probablemente, y de acuerdo con las costumbres del período colonial, fue fundado, hace ya 438 años, el Real de Minas de San Miguel de Tegucigalpa, que fue puesto bajo la protección del arcángel san Miguel, cuya fiesta se celebra ese día. Y aunque es esta una celebración local, por el hecho de ser la fiesta de la capital, no deja de tener repercusiones nacionales.

    Hoy por hoy, Tegucigalpa supera por mucho el primitivo asentamiento indígena que los españoles luego bautizaron como Real de Minas. A pesar de la irregularidad de su topografía y de los retos que este hecho impone se ha convertido en una ciudad con aires de modernidad pero que conserva una serie de joyas arquitectónicas en su centro histórico que la vuelven merecedora de ser visitada por propios y extraños. La catedral, las iglesias de San Francisco, La Merced, Los Dolores y El Calvario, el Museo de la Identidad Nacional, la antigua oficina de Correos, el Teatro Nacional y la casa de Francisco Morazán son razones más que válidas y suficientes para darse un paseo por ella.

    Los hondureños tenemos motivos para sentirnos orgullosos: un personaje como Valle y una ciudad como Tegucigalpa merecen ser conocidos y verdaderamente valorados y admirados.