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Sueños de libertad

  • 27 septiembre 2021 /

    Sus miedos eran reales. Los derechos de las mujeres se han cortado sin ninguna contemplación y quienes protestan son víctimas de represalias. Las afganas están reviviendo la pesadilla del régimen talibán que ya conocían, sin acceso a la educación y a la vida pública. Las normas las acaban de oficializar, a un mes de su nueva llegada al poder el 15 de agosto. El nuevo gobierno en Afganistán es solo de hombres. En su sistema de educación, solo los profesores y estudiantes hombres tienen autorizado retornar a las clases, mientras las mujeres deben estar en casa hasta que organicen un plan que las mantenga separadas. “La educación conjunta -dicen- impide a las mujeres concentrarse en sus estudios, es contraria al islam y a los valores culturales afganos”.

    Desde que tomaron el control del país, los talibanes ordenaron a todas las mujeres, excepto a las del sector de la salud pública, que se mantengan alejadas del trabajo “hasta que mejore la situación de seguridad”. Y cuando eso suceda, “todas las estudiantes, profesoras y empleadas están obligadas a llevar el hiyab”. Ya no les queda ninguna institución que las proteja.

    Y aunque la comunidad internacional ha mostrado preocupación, no se ha hecho lo suficiente. Ellas se sienten solas, saben que los talibanes no entienden de moderación. Están conscientes de que escapar sería una salida y piden a gobiernos extranjeros que apoyen a quienes ya decidieron abandonar su país, dejar atrás este retroceso de décadas y tener garantías de su seguridad. Temen que su clamor no tenga el suficiente impacto pese a que hay varias iniciativas privadas para ayudarlas. Ellas esperan que los gobiernos actúen, que las reciban en el extranjero para que las jóvenes sigan estudiando y que les ofrezcan trabajo a las profesionales que se resisten a abandonar su rol en la sociedad. Sobre todo, piden que desde afuera se presione para que se respeten los derechos y libertades en su país, apelando a un mundo más justo y libre.

    Lo que se vive en Afganistán toca fibras, indigna, llama a la compasión, a solidarizarnos con un pueblo que ve retroceder la libertad en todos los niveles. Nos hace reflexionar sobre los valores de vivir en democracia, en un sistema que busca el progreso social y económico sobre pilares tan fundamentales como la igualdad y el respeto a los derechos humanos. Esas historias de opresión nos llaman a fortalecer la lucha en contra de las autocracias y a defender el ideal de la democracia. Y aunque ahora está golpeada por una crisis de escepticismo, no perdamos la fe. Volvamos la mirada a las mujeres afganas que sueñan con una sociedad civil dirigida democráticamente.