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Ramón Amaya Amador

  • 30 abril 2016 /

    Se ha cumplido recientemente el centenario del nacimiento de este escritor nacional que si bien es cierto no produjo una obra totalmente acabada, si partimos de los cánones de la estética literaria, sí aportó una serie de testimonios sociológicos en los que se ha visto retratada con bastante acierto la vida de nuestra gente y sus peripecias por sobrevivir en condiciones adversas.

    Junto a “Blanca Olmedo” de Lucila Gamero de Medina, “Prisión verde” ha sido la novela más leída en Honduras en los últimos sesenta años. La vida de los trabajadores en los campos bananeros antes de la gran huelga de 1954 es presentada con bastante realismo, y aunque es notorio el sesgo ideológico del autor de tendencias marxistas, ilustra de manera realista un aspecto de la historia nacional que es necesario conocer para entender el devenir del Estado hondureño y de las luchas gremiales que se han dado desde entonces hasta nuestros días.

    La llamada “novela bananera” es parte importante de la historia literaria del istmo centroamericano entero. “Mamita yunai”, del costarricense Carlos Luis Fallas, “Los ojos de los enterrados” del guatemalteco Asturias y “Prisión verde” de Amaya Amador, constituyen un tríptico indispensable de contemplar para conocer el origen y destino común de pueblos nacidos de la misma cepa y hermanados por las mismas luchas e idénticos desafíos.

    Después de “Prisión verde”, ha sido “Cipotes”, escrita en Praga en 1963 y publicada en 1981 por Longino Becerra, el más importante estudioso y difusor de la obra de Amaya Amador, la segunda novela más leída del autor. Más cercana en el tiempo y construida alrededor de una temática que mantiene su vigencia, el destino incierto de nuestra niñez desprotegida, “Cipotes” muestra la otra cara de la realidad nacional, la vida en las ciudades. Es decir, en “Prisión verde” el escritor nos narra las luchas de los campesinos asalariados de la Costa Norte, en “Cipotes” la dura existencia de los niños de y en la calle, como se dice ahora, de la capital de Honduras.

    Más que novelista, Ramón Amaya Amador fue periodista, y, desde su oficio de cronista de la realidad nacional, tanto durante los años pasados en su patria como en aquellos vivimos en el exilio, obligado o voluntario, supo reflejar una realidad poco amable pero que es indispensable conocer para que, reflexionando sobre ella, procuremos hacer de Honduras una tierra de oportunidades para todos y todas y en la que la explotación o la violencia no tenga cabida en ningún punto de su geografía.