La convicción por parte de las dirigencias partidarias hondureñas que tales instituciones de derecho público les pertenecen, como propiedad privada, a ellas y sus familias, es una práctica arraigada y de hecho se ha ido consolidando en el transcurso del tiempo.
Se margina, de diversas maneras, a quienes cuestionan tal pretensión y pretenden eliminarla por considerarla nociva para la democracia interna, por ser excluyente y autoritaria. De persistir en tal propósito, se procede a la suspensión o, en casos extremos, a la expulsión.
Así, la sucesión en los cargos claves de dirección se convierte en un monopolio, transmitido en forma hereditaria de padres a hijos (as), de esposos a esposas, una generación tras otra, afianzando cada vez más el acceso en puestos directivos, tanto a nivel central como local, nacional, departamental y municipal.
Para alcanzar tal meta, se forman redes de incondicionales que, a cambio de brindar su fidelidad absoluta, a prueba de cuestionamientos, esperan y reciben favores y prebendas múltiples, a efecto de perpetuar tal acaparamiento. Tal práctica se designa como clientelismo.
Con ello, los partidos políticos se van atrofiando, debilitándose de cara a las bases, que van desertando en búsqueda de otras opciones que los incorporen, o bien, abandonan la militancia, convencidos de que ya no existen alternativas al interior de su partido.
Tal decisión debilita nuestro incipiente sistema democrático, que requiere, para consolidarse, de la más amplia participación colectiva, con renovaciones cíclicas, tanto de personas como de principios doctrinarios, descartando el reparto del botín y el poder entre la facción dominante y las subalternas, en porcentajes decrecientes: unos más, otros menos, quedando excluidas las mayorías, convertidas en meras espectadoras del festín.
Cuando se logra desplazar a los (as) incumbentes, gradualmente se van gestando nuevas cúpulas con similares características a las desplazadas. Se retorna a los vicios del ayer, emergiendo nuevas castas con similares procedimientos y ambiciones.
Lo que presenciamos en la creciente privatización de los partidos políticos: grandes, medianos, chicos, es que impiden la apertura a distintas corrientes de pensamiento, a la transparencia y al rendimiento de cuentas. Lo que han hecho sus cúpulas directrices es debilitar a sus respectivos partidos, en vez de hacerlos crecer. ¿No les parece que es tiempo de reflexionar?