En la larga vistada, aunque sea pleonasmo, seguimos oyendo, pero es necesario escuchar mensajes orientadores que desde el presente nos adelantan un futuro inmediato si seguimos en el mismo, ausencia de reflexión, decisiones en el vacío y señalamientos hacia el contrario que en estos días de promesas y ambiciones manifiestas se convirtió en enemigo, aunque después de todo el jaleo coman en el mismo plato.
“Nuestra Honduras está dividida, está confrontada, ya no podemos pensar de distinta manera porque las ideologías quieren devorar a todo aquel que no piense como ellas”, es el clamor de la experiencia diaria de quien vive y siente la realidad en el trato cotidiano, en la pugna entre candidatos y sus adláteres.
“Quien piensa diferente a nosotros no es nuestro enemigo. Tenemos que superar ese daño tan grande que hace a nuestra Honduras la confrontación por cualquier tipo de ideología”, añadió el cardenal Óscar Andrés Rodríguez en su homilía dominical, convertida en antorcha semanal para iluminar el camino, tratar de apaciguar los ánimos y señalar la oportunidad de mejorar la vida de los hondureños, boicoteada consciente o inconscientemente desde las estructuras mismas del Estado.
La complejidad y peligrosidad de los tiempos van abriendo simas en el entramado social, hasta hace unas décadas plenamente ajustado a las necesidades de la población. La rapidez y precipitación de los problemas sociales, alimentados no pocas veces por el uso y abuso de la tecnología, muestran el rostro de la regresión en ámbito individual, pero también en la colectividad, con la intransigencia ideológica de quienes se autocalifican únicos poseedores de la verdad y remedio de los males como farmacia.
Este es el fondo del discurso electoral que carece, en la mayoría de los casos, de valoración seria para adoptar decisiones racionales y sensatas cuya única dirección sea el bien común, no el de grupos de poder o el de activistas y compadres.
La dimensión positiva la presenta el Consejo Nacional Electoral, que por medio de su voz oficial señala que “estamos en tiempo y forma y hay certeza, no solo de que se van a celebrar las elecciones el 28 de noviembre, sino que serán con calidad democrática y calidad electoral”. Solo falta decir amén, pero la incógnita, como en toda ecuación, se halla en las personas, en quienes recae la responsabilidad de la tranquilidad en la jornada electoral y la aceptación de la voz, que ojalá sea clara y alta. Casi nada. Dicho y escrito, pero lo real sigue a la espera de otros cuatro años.