Mañana, las cinco parcelas de la Patria Grande, evocan y conmemoran la emancipación política alcanzada un 15 de septiembre de 1821, cuando la elite civil, militar y religiosa criolla y peninsular, adoptó la decisión de cortar el lazo colonial con la metrópoli que a partir del 1502, -el último viaje trasatlántico colombino- fue conquistando la mayor parte del istmo centroamericano, en el proceso sometiendo a nuestros antepasados indígenas, reducidos, primero, a esclavitud, posteriormente a servidumbre de carácter laboral y tributaria, imponiendo con la ayuda de los misioneros, una nueva realidad simbolizada por la espada y la cruz.
El 15 de septiembre debe ser visto como fecha de gloria y duelo, de fervor cívico y de pesadumbre, de alegría y congoja. Lo primero por recordar el inicio de una nueva etapa histórica, inédita en nuestros fastos, tras 319 años de sometimiento a un imperio europeo.
Lo segundo, por haber ocurrido en tal día, un 1842, en San José, Costa Rica, el asesinato de quien entregó su vida en aras de preservar la unidad de la República Federal del Centro de América, en el 21 aniversario independentista, el ciudadano y mártir Francisco Morazán Quesada, fusilado sin concederle el derecho a la defensa mediante juicio, apenas otorgándole algunas horas para redactar su testamento, documento breve por su extensión pero de alto contenido patriótico y humano.
Cuando los oradores hacen uso de la palabra para exaltar esta efemérides, generalmente, aún en estos tiempos, su contenido no trasciende lo meramente lírico, adornado con frases galanas sin mayor trascendencia.
Una excepción fue el discurso pronunciado por el periodista olanchano Abel García Cálix, cuando en representación de la Corporación Municipal de Tegucigalpa, pronunció estas reflexiones en 1926: “...Durante ciento cinco años que cumplimos hoy de ser independientes, no podemos ofrecer ni una sola década de tranquilidad constante, de trabajo intensivo y de fraternidad creadora. ¡Tan inmensa ha sido nuestra desgracia y tan grande nuestra responsabilidad! No podemos, en este nuevo aniversario de la independencia nacional, ahogar en la garganta estas verdades amargas y tremendas....¡Los hondureños, con nuestros malos actos, hemos ofendido a la libertad; los hondureños, con nuestros desbordamientos de odio, hemos manchado la libertad;
los hondureños con nuestras matanzas endémicas, hemos hecho pedazos la libertad! Y no es justo seguir por el mismo precipicio de muerte y de ruina. ... Honduras está rodeada de todo género de peligros: peligros de carácter internacional y peligros de carácter domestico. Pero... el mayor peligro que amenaza a la patria lo constituimos nosotros mismos. Nosotros, que por no saber dominar a la bestia bravía de la ambición, nos extraviamos del deber que nos impone el
patriotismo, exponiéndola a las mayores angustias y a las más certeras acechanzas.
O cambiamos de sistema, haciendo de nuestra vida una fuente tranquila de creación, o pereceremos, para no levantarnos jamás”.