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De los más corruptos

  • 02 febrero 2023 /

    Cierto que este tipo de listas se basan en percepciones, y que, como enseña la psicología, hay percepciones sinceras que no son verdaderas. Sin embargo, difícilmente se construye una percepción sin que, en algún momento, no se han dado hechos que llevan a concluir a una población que determinada realidad es incuestionable.

    En este caso, Transparencia Internacional nos ha incluido entre los primeros lugares de la lista de los países más corruptos de la región, codo a codo y hombro a hombro con estados tan oscuros y tan poco diáfanos como Venezuela y Nicaragua; estados en los que, encima, se han establecido regímenes dictatoriales en los que un grupo de personas, a la cabeza de un partido político, medran el erario y hacen con él lo que quieren.

    Lo más complicado del triste fenómeno de la corrupción es que termina por permear todos los ámbitos y estratos de la sociedad, hasta convertirse en parte de la “cultura”. Lo anterior permite que convertirse en corrupto no conlleva el natural ostracismo que debería, y más deviene en algo imitable y causante de envidia; por los beneficios, económicos y de todo tipo, que contrae. Luego, corruptos y corruptores se mueven con total libertad, porque conducta tan reprobable se convierte en parte del paisaje, en un vicio imposible de erradicar. Así, los corruptos llegan a ser figuras públicas, protagonistas de la vida política y social, con una carencia absoluta de conciencia que los acuse de su mal comportamiento, y receptores de vítores y aplausos en distintos ambientes.

    Aquellos por los que Honduras desfila en tan penosa pasarela no se dan por aludidos. Seguro señalarán que Transparencia Internacional parte de prejuicios o que busca deliberadamente causarles daño; lo anterior para restarle importancia al señalamiento, y, creyendo que exculparse es suficiente para recuperar la confianza de la cándida ciudadanía.

    Urge que desde todas las instancias del gobierno, de la empresa privada, de las organizaciones sociales, de las instituciones que velan por el adecentamiento de la vida pública, se tome, de una vez, la decisión de luchar en contra de este flagelo que no parece ceder y que nos mantiene postrados y causa tanta vergüenza. Falta mucha sinceridad para reconocer y castigar a los corruptos, generadores de esta infamia. Durante décadas se ha hablado de los ladrones de “cuello blanco”, y estos se reproducen como la mala yerba, régimen tras régimen, gobierno tras gobierno.

    Es momento de poner un alto y de emprender una cruzada que evite que continuemos estando en clasificaciones que dan pena.